9.8.13

Días de facultad XXII

Hace algunos años, cuando presenté mi examen doctoral, conocí en persona, porque fue el presidente del jurado, a un filósofo a quien admiraba y admiro mucho: Carlos Thiebaut (su libro De la tolerancia es buenísimo). Me pareció, además de simpático, muy audaz y franco, nunca olvidaré que cuando un sinodal criticó que mi tesis era muy rawlsiana él dijo que eso no era un problema, que debíamos hacerle más caso a Rawls.
Cuando terminamos la comida para celebrar mi título académico, de vuelta a la universidad en el coche de Victoria Camps, él me sugirió que publicara mi tesis así como estaba. Yo, terco, me empeciné en hacerle cambios. La ironía de esto es que cuando me evaluaron en la facultad, uno de los miembros de la comisión dictaminadora dijo que los cambios que le hice a mi tesis eran mínimos y que durante años lo único que yo había hecho era escribir novelas. Falso, pero la ironía queda. 
Ahora, si hoy recuerdo a don Carlos Thiebaut no es por ese detalle de mi biografía, es porque años después, por medio de una querida colega, supe que su hija, Blanca Thiebaut, fue secuestrada en Kenia mientras hacía trabajo humanitario para Médicos Sin Fronteras. Los captores la trasladaron a Somalia junto con una compañera, Monserrat Serra. 

Durante meses se establecieron negociaciones para liberarlas, pero todas fracasaron. No quiero imaginarme por lo que pasó el doctor Thiebaut, los arduos días que este filósofo tan dispuesto a alabar a la humanidad y criticar la barbarie debe haber pasado revisando sus ideas y padeciendo en el corazón. Qué difícil debe ser pensar con el corazón hecho pedazos. 

En Internet busqué la nota y leí sobre Blanca, una muchacha joven y me imagino que muy convencida del papel que podemos jugar unos seres humanos en la vida de otros. No cualquiera va de voluntario a África como gestor medioambiental, como hizo ella. En la foto publicada junto a la nota que leí, ella sonríe. 
El 18 de julio de 2013 es un día que ellos no podrán olvidar, porque afortunadamente los secuestradores liberaron con bien (dentro de lo que cabe después de 21 meses de infamia) a Blanca y a Monserrat. Al día siguiente llegaron a España y se reunieron con sus familiares. La hermana de Blanca, que hizo de vocero de las familias, le pidió tiempo a la prensa para que ellas retomen sus fuerzas. Ojalá vuelvan a ser las personas que eran, tan convencidas con la posibilidad de cambiar el mundo. Sin gente así, seguiremos en este mundo de injusticias inaceptables. 

Espero que Carlos Thiebaut recupere la alegría y la calma en el corazón que necesita para filosofar. 
Cuando me enteré de la feliz noticia, acababa de aprobar las galeradas de mi próximo libro La fragilidad del campamento, un ensayo que justo habla del papel de la tolerancia y que, ahora entiendo, está inspirado en parte en el libro de Thiebaut que leí hace más de un lustro. Digo esto porque no me dio tiempo de dedicárselo, pero se lo dedico. Espero que no dejen de creer en la humanidad. 

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