28.7.13

Días de facultad XVII

Una muchacha muy tímida que se sienta hasta atrás del salón levantó la mano y me preguntó: "¿qué le parecen los premios literarios?" La pregunta tenía sentido porque estábamos hablando de cómo un grupo de personas toma decisiones colectivas. Además, en la facultad aún se escuchan los debates sobre el plagio y los polémicos premios a Bryce Echenique o, más cercano a la UNAM, a Sealtiel Alatriste.

Sucede, les dije a mis alumnos, que entendemos mal los premios literarios. Y no me refiero a que muchos son una forma de promocionar a los autores de una editorial. Es cierto y no me preocupa si se hace con dinero privado. A lo que me refiero es que hay quienes piensan que un premio literarios es como una carrera de 100 metros planos, en la que gana el más rápido o en el caso de las letras, el mejor. Y ese es un engaño. Si tuviéramos que comparar los premios literarios con algún deporte, yo diría que se parecen más a los clavados, en donde los jueces evalúan las ejecuciones a partir de ciertos criterios, pero también le dan un buen lugar a la apreciación personal. Así pues, cuando un jurado dictamina que la novela del nombre largo es la obra ganadora del premio tal, tendríamos que entenderlo como: de las obras enviadas al concurso, el jurado, compuesto por A, B y C, ha decidido que el libro que a ellos más les gusta es el del nombre más largo. Así, no es la mejor, es la que más les gusta. Y claro, supuestamente los miembros de un jurado están en él porque su gusto literario es reconocido.

Y esa es la situación ideal, les dije a mis alumnos, el problema es que los miembros de un jurado suelen tener intereses editoriales, amigos, relaciones íntimas que influyen en sus decisiones. Es decir, la obra que más les gusta no siempre es la que consideran mejor, es la que quieren que gane.

–¿Y los seudónimos? Sí, a veces funcionan, pero hay forma de hacerle saber a un amigo que tu libro está bajo el nombre de Atanasio Fanfarronería. Y siendo así. los premios que se otorgan con dinero público deberían ser mucho menos y decidirse de tal forma que generaran menos suspicacias.

Para terminar comenté que esto no pasa únicamente con la literatura, hay casos peores: el nobel de la paz a Kissinger o, para dar un ejemplo cercano, el premio nacional de derechos humanos que, en 2010, fue a parar a manos de la señora Isabel Miranda de Wallace. Dicho premio, y cito textualmente: "se otorga como un reconocimiento público que la sociedad mexicana confiere a la persona que se haya destacado en la promoción efectiva y en la defensa de los derechos humanos en nuestro país". La ex candidata del PAN obviamente no cumple con este requisito fundamental, les dejo estas palabras suyas: "No señores, la Constitución establece claramente que la condena debe ser proporcional al bien jurídico lesionado, y quiero que me digan que es lo puedo hacer cuando matan a un secuestrado, ¿Cuál sería el contrapeso? Sólo la pena de muerte (...) Los secuestradores no se preocupan por matar a su víctima y nosotros nos preocupamos por lo derechos de esos delincuentes". Deberíamos pedir que le retiraran el premio.

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