17.1.13

Días de facultad XIII


El primero de diciembre, la nueva administración federal entró en funciones. Muchos de los alumnos de la facultad se organizaron para salir a protestar por el regreso del PRI y por la forma en la que, según ellos, lo hizo (no digo que no fue así, no lo sé): comprando votos, apoyado por la televisión, mintiendo. Los mexicanos, afortunadamente, tenemos derecho a la libre manifestación de ideas y, además, me parece síntoma de las democracias saludables (con esto no digo que la nuestra lo sea) que la ciudadanía vigile de cerca las acciones de los gobernantes y proteste frente a las que piensa equivocadas. Manifestarse es debatir, es afirmar opiniones.
Por el número de manifestantes, es normal la divergencia de opiniones y de métodos de protesta ¿cuándo se ha visto que en una reunión de 20 personas todos piensen lo mismo? Ahora multipliquen eso por cientos, por miles: no cabe el consenso. Y en una democracia, siempre hay quienes ni creen ni respetan sus principios e instituciones. Muchos de ellos se autonombran anarquistas, y lo son, otros se hacen llamar así y no son más que simples porros pagados para destrozar y asustar a las abuelitas y manchar el nombre de las protestas democráticas. Los porros siempre encienden el fervor autoritario de los conservadores, para eso les pagan, para enturbiar las manifestaciones y así, opacar su discurso. Si quieren véanlo así: los porros son un giro retórico que busca distraer la atención para que no se escuche lo que el otro quiere decir.
Y bueno, el primero de diciembre, entre manifestaciones de inconformidad, aparecieron esos giros retóricos con cadenas y tubos; y a darle con todo a lo que se toparan: ya fueran bancos (el peor enemigo), hoteles (donde duermen los conquistadores), paradas de autobuses (aburguesadas), etc.
La policía de la ciudad, si entendí bien, estaba ahí para “contener”, pero el desastre era tal que se les ordenó “detener”. Y claro, siempre es más fácil detener a una estudiante de teatro, a una documentalista, a un fotógrafo, que a un porro con cadenas. Si yo fuera un policía mal pagado, sin educación y mil veces insultado, seguramente haría lo mismo: agarrar lo que sea. Pero claro, eso es antidemocrático.
Dicho todo esto, debemos reconocer que en cualquier democracia hay detenciones arbitrarias, no sólo en manifestaciones, en casos de violación, de asesinato, de robo. De hecho, México (si la democracia fuera una planta, somos germen de alfalfa en aguas inmundas) es el país de las detenciones arbitrarias, piensen en el famoso documental, en los ambientalistas, en las indígenas “secuestradoras”: sobran chivos expiatorios. Ahora, lo que distingue a una democracia de un régimen autoritario, es que sus instituciones solucionan las detenciones arbitrarias: lo ideal sería que no existieran, pero cuando suceden, la justicia debería interrumpirlas de manera expedita. Entre otras cosas, para eso hay división de poderes, para que unos controlen a los otros.
Sin duda, un buen sistema judicial libera a los inocentes y castiga a los culpables. No sé si eso sucederá en México con los casos del primero de diciembre, pero no podemos dejar de exigirle a los señores jueces que liberen a los inocentes, a todos, en nuestro país hay demasiados presos que no son culpables. Demasiadas detenciones arbitrarias que empequeñecen nuestra pobre democracia.

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