17.1.13

Dias de facultad XI


Hace poco un ex alumno entró a mi clase ayudando su lento andar con un bastón. Se dirigió directo al escritorio, donde yo terminaba de revisar mis notas, y me preguntó: “¿por qué escribe?”, así, de sopetón. Me quedé helado y apenas atiné a contestar con otra pregunta: “¿Filosofía o literatura?”. “Literatura”, me dijo de inmediato, “¿por qué escribe literatura?”. Primero le di una respuesta fácil, “para decir lo que quiero decir”. Pero luego la conversación se fue poniendo interesante. Me preguntó si al escribir era sincero y si, al serlo, no me quedaba desnudo frente a los lectores.
La pregunta me dejó pensando: ¿se puede ser sincero y no quedar desnudo? Entonces le dije que sí, quizá un poco dubitativo. Hoy, sin embargo, estoy convencido: la sinceridad en la ficción no es quedar en cueros, es más, nada tiene que ver la sinceridad con revelar lo íntimo. Se puede inventar, mentir con sinceridad. De hecho, creo que en la sinceridad del invento estriba buena parte de lo convincente que puede llegar a ser una narración. Las mentiras insinceras, simuladas, falsas, expulsan de la historia al lector. ¿Cuál sería un ejemplo? Piensen en un Deux ex machina, que o es farsa o se cae por si mismo, los elementos externos no pueden solucionar las complicaciones de una historia, esa es falta de sinceridad.
Daniel Sada tiene un gran título: “porque parece mentira, la verdad nunca se sabe”. Jugando un poco, creo que podemos decir que porque parecen verdad, las mentiras sinceras nunca se saben. Las fabulaciones sinceras pasan desapercibidas y así permiten que la narración fluya sin sobresaltos. Las historias que cuentan los novelistas tienen una lógica interna, a la que, me parece , tienen que mantenerse leales, si es que quieren llevar a buen puerto su ficción.
El muchacho salió del salón con su andar lento y quebrado. No sé si satisfecho con las pocas respuestas que esbocé en ese momento a sus dudas de joven escritor. Yo levanté la vista y seguí con la lección que la clase pasada había quedado pendiente: el reino de fines y el imperativo categórico kantiano.

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