3.10.12

Días de facultad VI


Para entrar en la licenciatura los alumnos pasan 12 años en la educación básica y en la media superior, en todo ese tiempo, casi el total de su vida (en ese momento), rara vez les hablan de la libertad. Y entonces los muchachos van por la vida diciendo que la libertad es imposible, vaya paradoja: jóvenes que luchan por la libertad que niegan la posibilidad de la libertad. Pero peor aún, formamos ciudadanos que no entienden de libertad y así queremos que participen en el debate público y en la toma de decisiones democráticas, vamos mal. 

Todo esto lo digo, como ya se imaginarán, en el contexto de los primeros días de clase de Ética en 
la Facultad, cuando argumento que sin libertad, sin la posibilidad de que las personas sean responsables de sus actos, la Ética no tiene mucho sentido. Y es que es entonces cuando más de uno suelta el famoso: “la libertad no existe”. John Stuart Mill no puede empezar de forma más clara su libro Sobre la libertad, lo cito de memoria, “el tema de este ensayo no es la  libertad de la voluntad, cuya negación es la necesidad. Hablaré de la libertad civil y la social”. Es decir, no quiere discutir si frente a la teoría de que todo está determinado (ya sea por Dios o por la física o por lo que se les ocurra) es posible que los seres humanos sean capaces de querer hacer algo y conducir hacia allá sus actos. A él le interesan las libertades, que no son otra cosa que los límites del poder que puede ser ejercido legítimamente por la sociedad sobre el individuo. La libertad que nos preocupa, pues, es civil, no metafísica. Y por eso en las clases de Ética no discutimos si la voluntad es libre, lo suponemos. ¿Que lo podríamos discutir? Claro, pero eso dejémoselo a la metafísica y a la filosofía de la mente. 

Lo que queremos saber en Ética es ¿cuáles son los límites legítimos que ponemos a la conducta de las personas? Y esto, claro, se halla directamente vinculado con la discusión sobre el relativismo, porque también podemos preguntarnos si esos límites son relativos a las personas o a sus usos y costumbres o si en realidad dependen de un acuerdo más amplio, como los principios de la justicia que proponen autores como Rawls o Scanlon. Yo, por supuesto, me inclino por la segunda opción. 

En fin, en filosofía, cuando hablamos de libertad, nos podemos referir a varias cosas. Sin embargo, en el espacio público es importante que los ciudadanos entiendan que las libertades que el estado protege no se definen frente a la determinación Divina o de las fuerzas de la naturaleza, sino frente a los actos de los demás, que pueden ser profundamente injustos.

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