3.10.12

Días de facultad V


Han regresado las clases, otra vez la facultad es un hervidero: los más jóvenes caminan perdidos, casi me gustaría decir que de la mano, como niños en excursión, pero mentiría.


Las paredes reclaman la que los inconformes llaman, la imposición; hay estands de los jóvenes 132 y posters que llaman a huelga nacional para el día 12 de septiembre. En fin, comienza movidito el semestre. En las aulas, por el contrario, las cosas no cambian, año con año los jóvenes de primer semestre tienen las mismas preguntas, los mismos conflictos. Hoy hablaré del relativismo cultural, la próxima vez de la libertad. 

Es común que los nuevos alumnos tiendan a defender el relativismo. El argumento que más usan es el siguiente: “¿quiénes somos nosotros para imponerles a ellos lo que deben o no hacer?”, dicen, por ejemplo, cuando les digo que es injusto que las mujeres no puedan gobernar en ciertas 
comunidades de nuestro país. Cuando cuestiono si opinan lo mismo en casos más dramáticos, 
como la venta de niñas o la ablación del clítoris, afirman. 

Luego les pregunto sobre el nazismo: “¿entonces tampoco podemos decir que está mal meter metódicamente a millones de integrantes de un pueblo en una cámara de gas y exterminarlos?”. 
Tras la pregunta suelen guardar silencio, mirarse a los ojos y no sé si por convencimiento o por vergüenza, los defensores del relativismo niegan: “no, ahí sí no”. Bueno y “¿dónde trazamos el límite?, ¿qué particularidades podemos aceptar y cuáles deberíamos expulsar para siempre de la convivencia humana?” les pregunto y ellos se quedan sin palabras, aún no están acostumbrados al debate de ideas ni tienen muy claros los argumentos que llevamos años discutiendo justo para contestar esas preguntas que se hacen: ¿quiénes somos nosotros para imponerles a ellos lo que deben o no hacer? La respuesta, diría, es que no somos nadie para imponer nada, en la democracia las decisiones no se imponen. 

Otra cosa muy distinta es ¿cuáles son nuestras razones para argumentar que algunas conductas son injustas y que debemos exigir que se cambien? Frente a lo anterior, los más avezados, que no suelen ser de primer semestre, preguntan: “¿y cómo sabemos cuáles son buenas razones y cuáles no?”. “El criterio para decidirlo es occidental y por ello sigue siendo una imposición”. El argumento anterior nos lleva a una discusión muy interesante que no tendremos aquí, sólo pregunto ¿de verdad los criterios de las buenas razones son occidentales? Para acercarse al problema, les recomiendo leer a T.M. Scanlon: What we owe to each other. 

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