17.7.12

Días de Facultad III


En estos días me escribió un alumno, esto es normal: cada fin de semestre se quejan de sus calificaciones y muchos piden sin ningún recato que cambie, digamos, un 6 por un “No Presentó”. Esto lo hacen a sabiendas, porque así se los digo desde el principio, de que no estoy dispuesto a solapar esos cambiazos. Y aquí déjenme decir que la forma de calificar que tenemos en la UNAM, o al menos en la Facultad de Filosofía y Letras, premia a los mediocres. Esto, porque la calificación más baja que podemos poner es 5, cuando muchos merecen un 2, por decir algo. Pero es peor todavía: al reprobarlos, basta con que inscriban la materia en extraordinario con un profesor al que nunca han visto y que éste pida un trabajito para que puedan optar a un 10. Es perverso, pueden pasar de la mediocridad e insuficiencia a la cima de las calificaciones en 4 meses, sin ningún gran esfuerzo. Algo habría que cambiar, no tengo duda.
Me desvié, decía que me escribió un alumno, pero en su caso no quejándose de su calificación, sino haciéndome una recomendación muy particular, díganme si no es desconcertante (lo que puede ser una cualidad) que comience así: “que triste que los alumnos saquen 10 en sus trabajos de ética por su buen modo de escribir, y por su buena argumentación”. Casi dejo de leer, estaba delante de alguien a quien le parece mal que las buenas calificaciones se las dé a los alumnos que argumentan bien y lo logran plasmar a través de su escritura. Si justo eso es lo que busco en ellos, que se olviden de las florituras, de los párrafos oscuros, de la mala prosa y me den buenos argumentos. Pero la disquisición de este alumno no terminaba ahí, “quizás debería haber una actividad que busque aplicar lo que se aprende, e incluirla en la evaluación […] que usted como profesor busque registrar la actividad fuera del salón, no sé, que haga una excursión a una zona como Tepito; es decir, que favorezca las condiciones para que ellos cambien”. Lo que dice no es nuevo, piensen en algunas de las escuelas de filosofía griega, como la de los cínicos o los epicúreos. Quizá la parte más importante de la Ética es influir en la conducta de las personas, motivarlas a actuar de la manera adecuada (claro que el problema de “qué es adecuado” es teórico). Siempre digo que una buena clase de Ética no sólo tendría que lograr alumnos que sepan de las distintas aproximaciones a los problemas morales, sino que salgan motivados a actuar de forma afín con el bien común. Pero eso, y así le respondería a mi alumno, no lo califica un profesor. Aquel que está motivado a actuar de forma adecuada lo sabe en su fuero interno, y es su conciencia la que le pide cuentas. Desde fuera, muchos actos que parecen correctos pueden nacer, no de la voluntad de actuar como se debe, sino de intereses particulares y egoístas, o de la fortuna.
En lo que sí concuerdo completamente con mi alumno, es en que debemos sacar la Ética de la academia, también tiene que hacerse presente en las calles y las plazas. Y es que no estamos educando ciudadanos, la venta de votos (y subrayo venta) es un buen ejemplo de la falta de interés de quien lo vende, por lo público; de la terrible civilidad, de la falta de valores democráticos que posee. Seguramente también es muestra de necesidad. Yo insisto, en lugar de hacernos los sorprendidos cada seis años, debemos esforzarnos porque nuestros conciudadanos tengan conciencia de todo lo que se nos va a desdeñar lo público, el voto, por ejemplo.
P.D. En el IFE me encontré unos cuadernos de divulgación sobre cultura democrática que son muy recomendables, aquí.

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