Cuando
se recibe una lección hay que reconocerlo. Así, esta breve entrada
es para señalar aquello del libro de Hugo Hiriart, El arte de
perdurar, que me ha hecho ver
cosas nuevas. Por supuesto, no escribo una reseña.
Desde
mi lectura, los textos contenidos en este volumen son una poética
del ensayo (y, por supuesto, son muchas otras cosas de las que no
hablaré).
Muy
desde el principio nos dice, “el único compromiso del ensayo es no
aburrir, quitando eso lo admite todo: el chisme, la tentativa, la
extravagancia, el juego, la cita de memoria, el coqueteo, la
arbitrariedad...” Yo acabo de terminar un ensayo sin estos puntos
en la mente, qué útiles me hubieran resultado. Lo bueno es que
todavía habrá tiempo para una última versión.
Sigue
Hiriart, “el criterio más sano para distinguir cuento de ensayo es
que el cuento precisa verosimilitud y el ensayo no”, y luego dice
esto, que ya hemos leído todos en otras partes, pero puesto así, y
en este sitio, es indispensable, “la realidad con frecuencia es
inverosímil, pero sólo las narraciones tienen ese requisito que
cumplir [la verosimilitud], la realidad puede hacer y hace lo que le
da la gana.
Más
adelante distingue al ensayo de la novela que, “es monstruo en el
que todo cabe, es barril sin fondo. Por eso es frecuente que las
novelas contengan ensayos disfrazados o patentes [...] La novela,
frente al ensayo, se caracteriza por su pluralidad de
interpretaciones legítimas. Mientras que el ensayo no tiene casi
nunca esa ambigüedad: está escrito para ser comprendido sin
necesidad de interpretación, directamente”.
Sin
duda, con todo esto en mente, te acercas de modo distinto a la
página, a la estructura del discurso. Y aquí cabe decir que, bien
dice el título del curso que dará Mauricio Montiel: ensayar también
es narrar. Es conversar, como dice Hiriart.
Luego
nos deja unas perlas para reflexionar, “el esfuerzo no es elegante.
Por lo tanto, el refinamiento en el vestir, por ejemplo, debe ocultar
el trabajo y parecer natural, espontáneo. El refinamiento es
artificialidad oculta”.
También
nos dice que, “es preferible la fealdad perceptible a la grisura.
Niels Bohr, el físico, dijo una vez de una teoría: «Es tan
deficiente que ni siquiera es falsa»”.
Además,
Hiriart nos describe parte de lo que hace tan apetecible la prosa de
Borges, “me asombra que Borges haya descubierto desde tan joven una
de las claves de su modo literario de madurez, a saber, reducirse a
lo particular, evitar al máximo lo discursivo y saltar de sentencia
en sentencia, de ejemplo brillante en ejemplo brillante, de noticia
en noticia. Borges es como un orfebre que va engarzando sus joyas”.
Para
terminar un ejemplo de cómo introducir temas y dejarlos ahí, como guapa flotando en una alberca vacía, “Una conclusión es ésta:
la originalidad no es condición necesaria para la producción de
gran arte. Y otra conclusión podría ser: la originalidad es una
categoría artística prescindible, que, a veces, desencamina la
apreciación y la producción artística. Pero esta última
conclusión, así formulada, es dudosa. De seguro, aquí hay algo en
qué pensar”.
No
cito más, con esto ya he compartido suficiente de las enseñanzas
que me ha dejado don Hiriart. Volveré a mi ensayo con otros ojos. Y
a quienes lean esto, les sugiero ir a El arte de perdurar,
que publicó Almadía hace unos años. Dudo que les resulte indiferente.
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