27.4.12

Crónica de una muerte anunciada


He recibido muchos comentarios sobre los textos anteriores, en los que vinculo ética con literatura. En algo fallan, pues no logré comunicar esta idea fundamental: al relacionarlas, jamás aseguro que la literatura y sus autores tienen la responsabilidad moral de hacer mejores ciudadanos. Es más, tampoco digo que tienen responsabilidad moral alguna, porque no lo creo. El arte que se pretende moralizante suele fracasar.
Lo que sí digo es que la literatura, aunque no se lo proponga, es una fuente invaluable de argumentos y ejemplos morales. A ella puede recurrir la discusión ética para construir buenas razones. Bien dice Lewis Carrol en Alicia en el país de las maravillas: “todo tiene una moral (en español decimos, despreciándola, moraleja), si puedes encontrarla”.
Hablemos, ahora sí, de la novela de García Márquez, una más en ese universo caribeño que tanto le gusta y que siempre, al menos a mí, me inspira deseos de parranda. Esas parrandas que se ponen sus personajes.
En Crónica de una muerte anunciada, huelga decirlo, todo sucede después de una boda que parecía no tener fin. Y sí, se trata de cómo los hermanos Vicario matan a Santiago Nasar. Es la crónica de un asesinato.
Esta vez no me detendré en detalles. El meollo moral de esta novela, como lo veo, se halla en la indiferencia: el pueblo entero sabe que van a matar a Santiago y nadie hace nada para evitarlo. Así se cae el mundo, sobran crónicas de negligencia.
Creo que debemos tomar la novelita de García Márquez como una advertencia: una sociedad de ciudadanos pasivos e indiferentes, suele permitir la injusticia.
Que los hermanos Vicario querían matar a Santiago, corría a todas voces por el pueblo. Incluso la policía acudió al llamado de una ciudadana para despojarlos de sus armas, y así lo hizo. Sin tomar en cuenta que eran carniceros y que en su casa tenían más de un par de cuchillos. Ante las amenazas, me queda claro, no podemos ser desdeñosos. Parece mejor ser precavido y tomar las medidas pertinentes, aunque parezcan exageradas. Toda muerte que se pudo evitar es una desgracia que no debemos permitirnos. Así, por ejemplo, fallamos como sociedad cuando caen nuestros jóvenes a manos de otros (aunque los llamemos sicarios). Pregunto: ¿cuántas crónicas de muertes anunciadas suceden cada día? Más de las que queremos reconocer. ¿Quién podría decirme que no mandamos a muchos jóvenes al matadero?
Para terminar, una joyita. La historia la cuenta un amigo de Santiago, tiempo después de acaecidos los hechos. Para escribir su crónica, va por el pueblo recolectando información. De este modo, frente a los carniceros del mercado, donde los hermanos Vicario afilaron los cuchillos asesinos, dice: “yo había de preguntarles alguna vez a los carniceros si el oficio de matarife no revelaba un alma predispuesta para matar un ser humano. Protestaron: «cuando uno sacrifica una res no se atreve a mirarle los ojos»”. Concluyo: sólo lo desalmados pueden mirar, sin piedad ,los ojos de sus víctimas. Los humanos no debemos acostumbrarnos a aceptar el dolor (por causas injustas) de una mirada, a menos que nos demos por vencidos.
En Campus

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