21.3.12

Victoria


Victoria es una breve historia de amor irrealizado. En esta novelita, como en muchas de amor, el orgullo, las clases sociales, la ambición de un padre, impiden que la chica rica del pueblo pueda aceptar en sus brazos al hijo del molinero.
Y si es tan común, ¿por qué hablo de ella? Porque Hamsun le imprime destellos memorables, por ejemplo: “el amor era la música cálida, diabólica, que hace latir hasta los corazones de los más ancianos”. 
Juan, el hijo del molinero, se enamora desde pequeño de Victoria, la hija del dueño del castillo, pero claro, a él sólo lo dejan remar el bote y quedarse a cuidarlo mientras los niños del castillo juegan. Y pese a las diferencias, ella también está enamorada de él, pero son niñerías.
Pronto dejan atrás “el breve y alegre día de verano que es la infancia” y Juan se va a estudiar a la ciudad , es buen estudiante y comienza a escribir y a publicar sus obras. Como su familia no tenía recursos suficientes, Juan no volvía al pueblo en las vacaciones, por lo que pasó mucho tiempo sin ver a su amada Victoria. Sin embargo, ella es en quien piensa cuando escribe poemas de amor. Y ella lo lee.
Un buen día Juan vuelve a su pueblo y la casualidad y la virtud lo convierten en héroe: mientras remaba en su bote una niña cayó de los brazos de su madre al agua, él se tiró a rescatarla y después de muchos esfuerzos encontró a la niña en el fondo de las aguas y logró salvarle la vida. Así se ganó los aplausos de todos los presentes y el agradecimiento de los padres de la niña. Victoria estaba ahí y el se sintió muy afortunado de que ella presenciara su heroísmo. Sin embargo Victoria, que sabía ser distante, lo menospreció, cosa que en el fondo de su corazón no quería hacer. Pero uno no siempre hace lo que el corazón quiere.
Y Juan volvió a la ciudad, siguió escribiendo, publicando y haciéndose famoso, eso sí, sin volver a su pueblo. Pero quiso la fortuna que se encontrara a Victoria caminando por las calles de la urbe. Hablaron tomados de la mano, ella se abrió el corpiño y sacó un poema de Juan para mostrarle qué tanto lo leía y pensaba en él, más tarde le dijo que lo amaba. Esa noche Juan abrió la ventana de su cuarto y cantó. El vecino de habitación le recriminó por el escándalo y Juan le contestó: “me sentía el hermano alegre de todo el mundo. A veces sucede así. La razón muere”. Y claro que así sucede, es algo que la filosofía moral tiene que replantearse (lo está haciendo) no somos sólo racionales.
Victoria lo amaba y Juan se sentía victorioso. Volvió al pueblo, ella se topó con él (buscó por las partes del bosque donde siempre estaba cuando niño) y le pidió que fuera a su castillo a una fiesta que ofrecerían en unos días. Ahí Victoria le daría una sorpresa.
Fueron dos las sorpresas: primero le presentó a Camila (la niña que él salvó años atrás de las aguas y a quien ya conocía) y les sugirió amarse, la segunda sorpresa fue que esa noche se formalizó el futuro matrimonio de Victoria con Otto, un teniente rico. Por supuesto, el padre, en bancarrota, estaba detrás del compromiso.
Y como Camila no le desagradaba y Victoria se casaría con el teniente, Juan le propuso matrimonio.
Al día siguiente Juan se enteró por boca de Camila que Otto había muerto de un balazo accidental en una cacería, así pues, cuando Victoria estaba finalmente libre de ataduras, él le confesó que se había prometido con Camila.
A partir de ahí todo se desencadena: el padre de Victoria le prende fuego a sus propiedades; Camila, poco a poco se enamora de un joven inglés: “no sólo le quiero a él, el mal no es tan grande como eso...Cuando me pediste, el año pasado, me sentí muy dichosa; pero luego ha venido él”; Victoria muere de una enfermedad pulmonar, eso sí, antes de morir le escribe una carta que bien se sintetiza, como la novela, en esta frase amarga: “he vivido tan poco en mi vida...Nada he hecho por nadie, y ahora esta vida frustrada va a terminar”. No necesito decir más.
La próxima vez “ataúdes tallados a mano” de Truman Capote.
En campus

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