21.3.12

La perla

La primera página de la novela nos cuenta toda la historia: se trata de cómo fue hallada y volvió a perderse una perla del tamaño del mundo. Pero claro que la perla es intrascendente, lo que importa es la desgracia que rodea su encuentro y su desaparición.


Buena parte de la historia sucede en un pueblo llamado La paz, es un sitio donde las castas de la colonia han dejado una huella profunda y que aún supura injusticia y odio: los de la lengua milenaria duermen en casuchas, los hijos de los conquistadores en casas de piedra con jardines y fuentes. Y de pronto sucede que un escorpión pica a “Coyotito”, el hijo de Kino y Juana, que ella le chupa el veneno y lo escupe, pero siendo un niño de brazos, temen, porque saben de piquetes de escorpión, que mate a su hijo, así que deciden visitar al médico.
Así nos describe Steinbeck el estado del espítitu en el que se hallaba Kino antes de tocar la puerta del médico para pedir sus servicios: “La ira y el terror se mezclaban en él. Le sería más fácil matar al doctor que hablarle, pues los de la estirpe del doctor hablaban a los compatriotas de Kino como si fueran simples bestias de carga”. Y claro, el doctor, al averiguar que no traía dinero se niega siquiera a recibirlo (esas llagas no las hemos resuleto, para terminar con el racismo primero tenemos que reconocer lo profundamente racista que es nuestra sociedad, sus costumbres, sus palabras).
Humillado y con su hijo en peligro de muerte Kino regresó al caserío que se halla junto al mar y decide subirse a su pequeña canoa (la que le permitía alimentar a su familia) y buscar una perla que, por supuesto, encuentra, inmensa, la más grande nunca vista: “allí estaba la gran perla, perfecta como la luna. Recogía la luz purificándola y devolviéndola en argéntea incandescencia. Era tan grande como un huevo de gaviota. Era la perla mayor del mundo”.
Y con la perla comienzan sus desgracias: la voz se corre por La Paz como fuego en seco pastizal, el cura baja al caserío a recordarle que debe agradecer al señor por permitirle tal golpe de suerte, el médico le paga una visita para tratar al niño, los vecinos de Juana, sueñan con el dinero de la perla y por supuesto también Kino, que hace proyectos en el aire, quiere un rifle y sobre todas las cosas, que “Coyotito” estudie: “mi hijo leerá y abrirá los libros, y escribirá y lo hará bien. Y mi hijo hará números, y todas esas cosas nos harán libres porque el sabrá, y por el sabremos nosotros”; también sueña con casarse en la iglesia con Juana. Pero despertadas la avaricia de una comunidad y las envidias, se rompe la paz. Al día siguiente, cuando intentan venderle la perla a los traficantes de joyas, le ofrecen, se han puesto de acuerdo a sus espaldas, un precio ínfimo y Kino se rebela y rechaza ser estafado, como lo fueron todos en su pueblo durante generaciones y avisa que se irá a la capital a intentar venderla allá. Juana presiente los infortunios que ha traído la perla y le sugiere que la tiren al mar, pero Kino está cegado por los proyectos que ya ha soñado y cae en la trampa de sentir que basta soñarlos para que se realicen: “Pero ahora, al anunciar cómo sería su futuro, lo había creado. Un proyecto es algo real, y las cosas proyectadas son como experimentadas ya”. Y dicho esto Steinbeck nos deja una frase sobre las ambiciones para recapacitar “se dice que los humanos no se satisfacen jamás, que se les da una cosa y siempre quieren algo más. Y se dice esto con erróneo desprecio, ya que es una de las mayores virtudes que tiene la especie y la que la hace superior a los animales que se dan por satisfechos con lo que tienen”.
Esa noche asaltaron a Kino, perforaron su canoa para que no se fugara por mar, le prendieron fuego a su choza y para terminar de sellar su destino él mató a un hombre en defensa propia. Tenían que huir. Al salir rumbo a la capital comenzó una terrible cacería, tres hombres, dos a pie y uno a caballo seguían su rastro, eran expertos, ojeadores, tramperos.
Y sí, en un momento les dieron alcance, Kino los emboscó, mató a un par e hizo huir al tercero, pero una bala perdida en la refriega perforó el corazón de su primogénito. Regresaron a la Paz sin nada: ni canoa, ni casa, ni hijo. Sólo les quedaba la enorme perla, pero de ella no querían saber más así que la devolvieron al sitio de donde la habían tomado. “En aquel Golfo de luces inciertas había más ilusiones que realidades”.
En campus

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Archivo