21.3.12

El viejo y el mar

Hay dos cosas que debí decir en el artículo anterior y que no dije: los artículos que escribiré vinculando ética y literatura no son reseñas de libros, eso sería un sinsentido. Además, debo advertir que no tendré reparo en hablar de la trama completa, es decir, muchas veces me referiré al final de las historias de las que hablaré. Sin embargo, esto no debería ser un problema, nadie que yo conozca lee una novela para ver cómo termina, ¿o sí?


Para los griegos Homero era el gran educador, esto porque su poesía, como dice Jaeger, “pone en vigor todas las fuerzas estéticas y éticas del hombre”. Es decir, la literatura hace al hombre, lo que no implica que la realidad sea como la literatura. Lo que quiero decir es que en las imágenes de la literatura encontramos al ser humano, al más mezquino y al más pundonoroso, al pusilánime y al valiente, al vanidoso y al desafortunado, al enamorado y al derrotado. Esas imágenes, por supuesto, son (o deberían ser) un manantial incansable para la reflexión moral, que no puede construir sus argumentos únicamente de lo que observa en la vida cotidiana de mujeres y hombres, sería tirar a la basura todo lo que la literatura puede mostrarnos de la humanidad.
El viejo y el mar, de Hemingway, es la historia de Santiago, un viejo pescador que cuando duerme sueña con leones y que cuando pesca anda siempre en pos de cosas grandes. Tanto así, que en las primeras líneas de la novela se nos advierte que el viejo lleva ochenta y tantos días sin pescar nada y por ello, después de cuarenta de esos días, los padres de Manolo, su aprendiz y acompañante, le han prohibido pescar con él: “está salado”. ¿Y por qué no pesca? Porque es tiempo de grandes peces y él, aún siendo viejo, es el mejor de todos los pescadores, así que su tarea es hacerse a la mar (“siempre decía: la mar, como la nombra la gente que la ama, como mujer”) en pos del trofeo que lo haga inmortal y de la paga que un pez enorme representaría. Y así comienza la batalla, porque la novela de Hemingway es la crónica asombrosa de la lucha de un hombre contra la mar (la traducción del título tendría que ser “el viejo y la mar”) y contra la decadencia. Él puede, claro que puede, y por eso rema muy lejos de la costa hasta que siente el jalón de un inmenso pez espada que fuerte y hermoso lo lleva mar adentro por días. Y Santiago lo único que puede hacer es mantener la tensión de la cuerda hasta que el pez se canse, “pero qué pez más grande, y lo que me van a dar en el mercado por él si la carne es buena. Se tragó la carnada como macho y jala como macho y lucha sin pánico”. Y porque lucha sin pánico la batalla será larga, quien se deja llevar por el pánico se cansa y pierde.
Dos días batalla con el pez, sus manos cada vez más heridas, además una está acalambrada; su espalda está dolorida, sus piernas cansadas, la mente nublada. Ante tal hazaña echa de menos la ayuda de Manolo.
Finalmente, porque logró cansarlo, el pez espada deja de tirar en línea recta y comienza a dar vueltas bajo la embarcación. El hábil pescador por primera vez hace más corta la cuerda y sigue así hasta que lo tiene a tiro, Entonces le entierra su lanza en el corazón, dejando caer sobre el pez todo su peso: “el viejo sintió que el hierro penetraba en el pez y se recargó en él. Lo enterró aún más y después dejó caer todo su peso sobre él. Entonces el pez surgió vivo, con toda la muerte en él, y se irguió en el agua mostrando la grandeza de su largo y de su ancho, todo su poder y toda su belleza”.
El pescado era inmenso, más largo incluso que la propia embarcación. Así que le tomó un buen tiempo amarrarlo a la misma. Cuando lo tuvo atado pudo levantar el mástil para que la brisa lo llevara a la playa. Y Fue entonces, cuando quiso regresar, que entendió su insensatez, Estaba muy adentro de la mar, tanto que no podía ver ni el reflejo de las luces de la Habana.
Muy pronto fue atacado por un primer tiburón. Forcejeó con la bestia y la logró matar, pero uno tras otro, en parejas, en grupo, fueron apareciendo gracias a la estela de sangre que dejaba el corazón del pez espada. Y es entonces, cuando la batalla se complica, que Santiago dice dos frases que reúnen el espíritu de la novela entera: “los hombres no están hechos para la derrota. Se les puede destruir, pero no derrotar”. Y más adelante culmina: “es idiota no tener esperanzas”.
Cuando avista la playa, de su pez espada sólo queda el esqueleto y mientras Santiago duerme el resto de los pescadores constata la inmensidad de la proeza, una hazaña, por cierto, que no le deja al viejo ni un centavo. Pero ¿quién realiza proeza para hacerse millonario?
La próxima vez hablaremos de La perla de Steinbeck, para seguir cerca del mar.
En campus 

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