22.11.11

La tolerancia (segunda parte)


Siguiendo con el tema de la tolerancia, hoy hablaremos de lo que Aurelio Arteta llama la falsa tolerancia. Esto, para subrayar las conductas con las que se le confunde y gracias a las cuales la tolerancia que defendemos ha perdido prestigio. Hay una forma de ser tolerante que ha pasado de conducta virtuosa a vicio. Los sujetos que guían sus actos a partir de esta falsa tolerancia, para empezar, no tienen convicciones lo suficientemente fuertes como para enfrentarlas a las de los demás.
Así, pasan por tolerancia la indiferencia y toleran lo intolerable aceptando un contrato perverso: “si tú no te metes conmigo, yo no me meto contigo”. Es decir, toleran no por respeto y consideración, sino para pactar un reconocimiento recíproco de las extravagancias propias.
En la base de esta idea se encuentra cierto dogmatismo que pregona que todo es relativo y que por ello no hay ideas mejores que otras, todas valen por igual. Así, dice Arteta, “lo que se revela al fondo de esta engañosa tolerancia es un desprecio inocultable hacia las ideas en general. Si se confiesa que todas valen por igual (…) entonces se viene a consagrar el principio de que ninguna vale en realidad nada”.
A partir de esto podemos decir que ésta es una tolerancia vacía, pues al tolerarlo todo no tolera nada. Además, gracias a su “pobreza intelectual y confusión de categorías, criterios y valores morales o políticos” alimenta la barbarie si entendemos este último concepto como “disposición a la brutalidad en la convivencia civil” y es que debemos advertir que permitirlo todo es permitir también la crueldad, la discriminación, la corrupción y la violencia.
La falsa tolerancia, desde su relativismo, afirma que todas las opiniones son respetables, como si para respetar la dignidad de las personas tuviéramos que dar por buenas sus creencias. De tal modo, defiende la neutralidad moral y al aceptar todas las diferencias, sin tomar en cuenta que muchas son producto del daño y la desigualdad, termina acogiendo en su seno, por decir algo, a los racistas y a los machistas, a los homofóbicos.
Esta tolerancia, para lavarse las manos de todo juicio práctico, sostiene que el límite de lo tolerable es aquello que las leyes no condenan de manera expresa y se caracteriza por carecer de indignación moral, “como todo ha de ser tolerado, el sobresalto ante el mal no culminará en la queja ni en un recordatorio de los principios atropellados”.
De esta manera, por ejemplo, no se les pasa por la cabeza ya no digamos prohibir, indignarse frente a las amenazas, los insultos, la conminación a la violencia con tal de no coartar la libertad de expresión.
Los falsos tolerantes no debaten, por lo que el decisivo procedimiento democrático de dar razones en favor y en contra de las distintas propuestas queda abandonado. Para ellos no es necesario justificar conductas, basta con votar, por lo que señala Arteta presenciamos “el hurto descarado del momento de la deliberación por el de la decisión” como si los votos fueran razones.
La falsa tolerancia trastoca el valor de todos los proyectos y las conductas, pues al afirmar que valen lo mismo degrada a unos y a otros los asciende. Además, asume que la diversidad social e ideológica es un ideal que debemos perseguir y desde tal perspectiva todo lo distinto es bueno.
Esto, por supuesto, resulta un sinsentido pues la pluralidad más que un fin es un hecho, la tolerancia que defendemos hará que esta circunstancia sea llevadera y pacífica. En cambio, la tolerancia falsa se asume como un fin, un lugar cómodo donde todo se acepta y nada se justifica.
La tolerancia que buscamos es una demanda política y una virtud moral que se levanta para defender la libertad. La “ocasión de la tolerancia es precisamente la realidad brutal de la intolerancia; su objetivo acabar con todo género de injusta discriminación civil”. Pero a esto ya volveremos en los próximos artículos.
En Campus

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Archivo