20.10.11

Habermas y la ética del discurso


Después de varios meses, llegamos al final de esta serie de artículos sobre distintos filósofos morales que propuse desde los primeros días de este año. Por supuesto, nunca fueron exhaustivos, apenas pretendieron acercarnos un poco a las ideas morales básicas de los autores aquí tocados. Por el plan trazado, hoy corresponde hablar de Jürgen Habermas, el único filósofo vivo de toda la serie.
Comenzaré diciendo que la filosofía moral de Habermas se divide claramente en varios momentos, aquí me referiré al más reconocido, aunque no al más reciente. Me parece que el último Habermas le pone menos hincapié a la idea de la validez que el de la ética del discurso; sin embargo, no por esto aquella propuesta pierde encanto.
Como dije, Habermas se hallaba profundamente preocupado por el concepto de “validez”, por la idea de esclarecer de qué manera se pueden justificar las afirmaciones. En la ética del discurso, sostiene que únicamente “entendemos un acto de habla cuando conocemos la clase de razones que un hablante podría aducir para convencer a un oyente de que, en las circunstancias dadas, tiene razón para pretender validez para su emisión”.
Cuando las personas actúan con la intención de que otro las entienda, nos dice la “pragmática formal” de Habermas, lo que intentan es establecer una relación que depende de que el otro acepte la validez de su afirmación. Para comunicarse y darse a entender, han de ofrecer razones.
Ahora, una acción comunicativa tiene lugar cuando los actores están preparados para conciliar sus planes de acción consintiendo libremente, por lo que excluyen del proceso de acuerdo el uso de la fuerza y de las sanciones.
Así, la acción comunicativa pretende alcanzar un acuerdo aceptable por los participantes, que sirva para armonizar sus planes de acción. Entonces, podemos decir que se orienta hacia el entendimiento mutuo.
Lo anterior implica que cada uno de los participantes se comprometa a dar razones suficientes para defender la validez de sus afirmaciones, cuando le son requeridas. Ahora, cuando se alcanza un consenso, se acepta la validez de la afirmación.
La ética del discurso es acción comunicativa, no de otro modo las normas morales han de validarse mediante razones y argumentos en busca de alcanzar un consenso.
Así, nos hallamos frente a una teoría de la argumentación donde la validez de las normas morales depende de las razones que las sostienen. Supongamos que queremos afirmar lo siguiente: “violar a una mujer siempre está mal”. Para saber si esa frase tiene validez, la tendríamos que discutir entre todos los interesados, por supuesto que en este caso la humanidad entera está interesada, lo que no quiere decir que Habermas suponga un diálogo entre miles de millones de personas; en realidad, dicho diálogo es hipotético, la idea es reunir los argumentos en favor y en contra de la validez de la afirmación, que no serán millones, y sopesar cuál es el más convincente, el capaz de convencer a todos los interesados.
En este caso no veo qué se podría argumentar en contra de la afirmación, pues a diferencia de “matar siempre está mal”, donde podríamos decir que no “siempre”, pues reconocemos el derecho a la legítima defensa, en el caso de la afirmación “violar a una mujer siempre está mal” no veo un argumento del tamaño de la autodefensa para contradecirla.
Así, pues, podríamos argumentar en favor de la frase, y parece un buen argumento, que “siempre está mal hacer cosas que dañen a las personas contra su voluntad, excepto cuando lo hacemos para defendernos de esa misma persona y de manera proporcional”.
No veo en qué la violación podría ser defensa de nada. Y, por supuesto, como es contra la voluntad, nadie puede argumentar “¿y si la mujer quiere?”. Por tanto, podríamos decir que es universalmente válido afirmar que “violar a una mujer siempre está mal”.
Ahora, por supuesto, éste es un breve ejercicio explicativo y no un ensayo al respecto. Quise mostrar cómo, según Habermas, el discurso construye validez. ¿Y qué hacemos con los tercos? La respuesta es sencilla: para participar del discurso, las personas deben estar dispuestas a dejarse convencer por el mejor argumento. ¿Cuál es el mejor argumento? Bueno, esa discusión rebasa por mucho el espacio de este artículo. Yo nada más digo mi postura al respecto: en muchas ocasiones no hay un mejor argumento, debemos aprender a argumentar sin certezas.
Para quienes quieran adentrarse más en la filosofía moral, les recomiendo dos libros introductorios: Introducción a la filosofía moral, de James Rachels (FCE), e Historia de la ética, de Alasdair Macintyre (Paidós).
A partir del próximo artículo comenzaré a discutir sobre la tolerancia, pienso exponer las posturas de varios filósofos acerca de dicha virtud que a muchos nos parece básica y posible, a otros tantos les parece imposible o inútil.
En Campus

1 comentario:

  1. está muy bien !! me ha gustado mucho, y sirve para trabajos de Habermas !

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