27.9.11

Richard Rorty


La filosofía moral tomó un camino equivocado a principios del siglo 20 —no toda, los discursos humanos son demasiado vastos como para agotarse en unas cuantas escuelas—, así, por ejemplo, de la mano de Charles L. Stevenson y su emotivismo se llegó a afirmar que los enunciados de la ética no podían ser ni verdaderos ni falsos, porque no se referían a nada que esté en el mundo. Así, “bueno” o “correcto”, decía el emotivismo, se parecía más a una orden que a una descripción de un estado de cosas.

Entonces, para el emotivismo decir “matar es malo” era similar a decir “cierra la puerta” o “no mates”. En fin, estaban convencidos de que las frases de la ética se parecían a órdenes que, por supuesto, no podían tener valor de verdad, ninguna orden lo tiene.
Lo anterior lo digo para situarnos en la ética de finales del siglo 20 que, entre otras cosas, es un esfuerzo para describir el puesto de la razón en los argumentos morales y, sobre todo, para defender que la ética como disciplina humana tiene sentido y nos resulta práctica.
Richard Rorty es un filósofo con una obra extensa y controvertida. Aquí hablaremos, dentro de lo posible, de su idea, expresada en su libro Contingencia, ironía y solidaridad, de que los seres humanos debemos convertirnos en ironistas liberales.
Para Rorty, liberal es aquel que piensa que los actos crueles son lo peor que se puede hacer. Ironista, por el otro lado, es quien entiende que el mundo no nos habla, que no hay una verdad ahí afuera esperando que la encontremos y, así, es aquel consciente de la contingencia del lenguaje y del yo (esto es un franco ataque a visiones como la del emotivismo). Un ironista no anda en pos de fundamentos, sino de convertirse en “poeta”, es decir, en un ser humano con un léxico propio que busca metáforas nuevas que quizá transformen al mundo.
Nos dice Rorty que no hay una teoría que unifique lo privado y lo público y que debemos entender que son mundos inconmensurables. Así, por un lado tenemos el discurso público, que perfectamente se puede basar en las ideas de Rawls y Habermas y que sirve para argumentar y construir una sociedad que reduzca la crueldad al mínimo: el ironista piensa “que lo que le une con el resto de la especie no es un lenguaje común, sino sólo el ser susceptible de padecer dolor y, en particular, esa forma especial de dolor que los brutos no comparten con los humanos: la humillación”.
Así, pues, lo que importa al ironista liberal es “asegurarse de que nota el sufrimiento cuando se produce. Su esperanza es la de que no se verá limitado por su propio léxico último cuando afronte la posibilidad de humillar a alguien cuyo léxico final es completamente distinto”.
Para evitar la crueldad y la humillación la literatura juega un papel fundamental, pues algunas obras dan detalles de, por ejemplo, la crueldad de la que somos capaces. Al conocerla por medio de ella, nos permite redescribirnos. De eso se trata la vida privada, de redescribir lo que nos importa en un léxico propio, sin buscar que en dicho léxico se fundamente lo que pensamos de lo público: “teóricos ironistas como Hegel, Nietzsche, Derrida y Foucault me parecen valiosísimos en su intento de formar una autoimagen privada, pero sumamente inútiles cuando se pasa a la política”.
El ironista liberal busca crearse como un ser distinto. Sin embargo entiende y, esto es fundamental, que su léxico privado no es ni el más importante ni el único, y por ello no tiene ningún papel en la argumentación pública. Esta separación tajante permite ser como se quiere ser, siempre que se evite la crueldad.
En México vivimos en la eterna pugna de discursos privados que pretenden ser el único discurso público, ese es el camino de la humillación.
En Campus

1 comentario:

  1. ' Ironista, por el otro lado, es quien entiende que el mundo no nos habla, que no hay una verdad ahí afuera esperando que la encontremos y, así, es aquel consciente de la contingencia del lenguaje y del yo (esto es un franco ataque a visiones como la del emotivismo)'
    No entiendo porqué. Yo hubiera pensado que Rorty es much más afín al non-cognitivismo.

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