29.7.11

Mill


Y seguimos con la filosofía moral, ya entrado el siglo XIX, a mediados del que John Stuart Mill escribió dos obras fundamentales: On liberty y Utilitarianism. Una vez más, por los límites de esta columna, me centraré en un aspecto de su obra, el utilitarismo.
Mill es heredero de la tradición utilitarista de Jeremy Bentham, parte de ella y le añade aspectos importantes. No revisaremos estos cambios, mejor explicaré el utilitarismo como él lo entendía.
El utilitarismo es un consecuencialismo, esto quiere decir que para juzgar si un acto es o no correcto debemos evaluar sus consecuencias. Lo anterior difiere de la ética deontológica, que en lugar de mirar las consecuencias, se preocupa por los principios en los que se basan las normas morales y las conductas que permiten —la filosofía moral de Kant sería un buen ejemplo de esto—.
Mill, como Bentham, defendía el principio de utilidad o de la mayor felicidad, es decir, las acciones son correctas si tienden a promover la felicidad y son incorrectas si promueven lo contrario a ésta. Mill, igual que Bentham, entendía la felicidad como una vida placentera en ausencia del dolor. Sin embargo, introduce una distinción muy importante, para Mill existen placeres que son más elevados que otros y por ello son más dignos de conformar la vida feliz. Ahora, el problema es cómo identificar estos placeres y si son o no objetivos.
Mill sugiere que los más elevados placeres son aquellos que se relacionan con las capacidades humanas más elevadas, pues ejercitarlas nos produce un placer más intenso. Si esto es así, entonces no es posible atacar al utilitarismo como una filosofía que defiende la maximización de, por ejemplo, los placeres carnales.
Veamos ahora cómo sería una deliberación utilitarista a partir de lo dicho, supongamos que somos el Estado mexicano y nos preguntamos si es o no correcto cobrarle altos impuestos a los millonarios. Ellos, por supuesto, podrían argumentar que pagar 80 por ciento de sus ingresos es no sólo costoso e injusto, sino que además es doloroso y por ello viola el principio de utilidad. Sin embargo, si los impuestos cobrados a 10 porciento de la población se gastan bien y generan bienestar social en la gran mayoría de la población y si esto además reditúa en que los millonarios que pagan impuestos elevevadísimos pueden caminar por las calles como cualquier ciudadano sin temor a ser secuestrado, parece que en realidad estamos maximizando la utilidad de todos y lo que en un principio parecía doloroso, bien visto, no lo es tanto, al contrario.
Ahora bien, con el ejemplo anterior sale a la luz uno de los problemas del utilitarismo, ¿cómo hacemos para calcular la utilidad de todos los afectados? Quizá en un caso que involucra a dos personas no será tan complicado, ¿pero en un país de 100 millones? ¿Y en un mundo de 7 mil millones? Difícil.
Pese a esto, el utilitarismo sigue siendo utilizado y tiene muchos defensores que han pulido de manera sorprendente los argumentos de Bentham y Mill, hoy es común que al decidir políticas públicas se utilice algún tipo de criterio utilitarista, pero no siempre pensando en la maximización de la utilidad común, sino en la propia, lo que por supuesto, es inmoral.
Nuestros gobernantes tienen que ver por el bien común, mientras sigan protegiendo sus intereses de grupo viviremos en una sociedad injusta, llena de dolor y tristeza.


Twitter@munozoliveira
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