4.7.11

Kant


Hoy es el turno de Immanuel Kant, el más grande de los filósofos morales (decir esto siempre conduce a discusiones sin sentido, pero es bueno provocar a sabiendas de que las afirmaciones absolutas siempre son problemáticas, incluso absurdas).

Kant dedicó buena parte de su vida a escribir sobre la razón, cualidad específica de los seres humanos y de Dios. La estudió —por citar un par— en su monumental obra Crítica de la razón pura y también en su Crítica de la razón práctica. Aquí nos interesará el segundo estudio, es el que se encarga del conocimiento de las cosas humanas.
La filosofía moral kantiana es compleja y vasta. Por lo escaso del espacio de esta columna, me centraré en dos conceptos: la autonomía y el imperativo categórico.
Para Kant los seres humanos podemos ser autónomos o heterónomos, es decir, actuar a partir de un principio que nos damos a nosotros mismos o a partir de los dictados del impulso o de las normas de otros. La libertad, por supuesto, estriba en actuar de manera autónoma.
Dicho esto podemos preguntarnos cómo es posible actuar desde los principios de cada quién sin caer en el relativismo absoluto y es que, por supuesto, no se trata de que cualquier persona haga lo que quiera, ese mundo más que el de la libertad sería el de la injusticia, donde el más fuerte se impone y el pez grande se come al más pequeño. Más bien es asunto de hacer lo correcto y hacerlo de forma autónoma.
En este punto es donde entra el imperativo categórico, que es el procedimiento que nos permitirá encontrar la máxima a partir de la cual habremos de actuar.
Kant enunció de distintas formas su imperativo categórico, citaré aquí dos de ellas y trataré de explicarlas: “obra sólo de forma que puedas desear que la máxima de tu acción se convierta en una ley universal” y “obra de tal modo que uses la humanidad, tanto en tu persona como en la de cualquier otro, siempre como un fin, y nunca sólo como un medio”.
La primera enunciación ordena —como todo imperativo— que para actuar de la manera correcta la persona debe desear sinceramente que la máxima o el principio que justifica su acto pueda convertirse en una ley universal, en una forma de actuar tan generalizada y constante como la gravitación universal, por dar un ejemplo.
Así, pues, si lo que el individuo desea justificar es un robo por hambre, tendría que hacerlo a partir de un principio como éste: “robar está bien si tengo hambre” y después desear que dicho principio se convierta en una ley universal, y por lo tanto estar dispuesto a aceptar que cuando cualquier persona sienta hambre esté bien que robe. Es decir, tendría que desear un principio general como el que sigue: “siempre que se tiene hambre estará bien robar”.
Sin embargo, podemos entender fácilmente que no es racional ni razonable querer universalizar un principio como el anterior, simplemente porque no podemos afirmar que cuando un rico tiene hambre está bien que robe.
¿Cuál sería un principio que sí querríamos universalizar? Se me ocurre, aunque podríamos discutirlo, “respeta los derechos humanos de las personas”. Este principio, sin duda nos lleva a la segunda enunciación del imperativo categórico que citaba: “obra de tal modo que uses la humanidad, tanto en tu persona como en la de cualquier otro, siempre como un fin, y nunca sólo como un medio”.
La humanidad y su dignidad es inviolable, ningún acto que la utilice en pos de otra cosa puede estar bien moralmente, nos dice Kant. Así, el respeto a los demás tiene que estar en la base de lo que está bien y mal hacer, no podemos permitir la humillación, el daño, la violación de los derechos de nadie, ni siquiera bajo la promesa de un futuro de justicia felicidad e igualdad. Así pues, siguiendo esta enunciación sabemos que la esclavitud está mal.
Para cerrar con esta breve explicación de la filosofía moral kantiana, veamos cómo se relacionan el imperativo categórico y la autonomía: el imperativo es producto de la razón, facultad que se halla presente en cada ser humano. Por ello, todo individuo que refrene sus impulsos y actúe según lo dicta su razón práctica, será autónomo porque actuará a partir de una ley que él se da a sí mismo. Quien actúa así, nos dice Kant, es digno de ser feliz.
Sin duda, nuestro mundo está lleno de felicidad indigna.

1 comentario:

  1. y te parece que Kant tiene razón o no?
    A mi me preocupa que el primer principio dea indeterminado, y el segundo implausible.

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