29.6.11

Evaluar


Una vez más interrumpiré la serie de artículos sobre filosofía moral que he venido publicando aquí cada dos semanas. Esta vez, precisamente al final del semestre académico, para darle vueltas al concepto de “evaluación” que, por supuesto, no sólo compete a los profesores. En realidad, comenzaré afirmando que la acción de evaluar se puede definir como el arte de darle el justo valor a las cosas y que dicha acción es fundamental para las decisiones que tomamos en la vida, para deliberar qué está bien hacer y qué no. En fin, para ser prudentes.
Las personas, para evaluar, deben partir de algunos parámetros, por ejemplo, en ética, hay valores y principios que nos ayudan a decidir si debemos repartir de una forma u otra los recursos disponibles, siempre tratando de acercarnos a la justicia. De igual forma, cuando los profesores evaluamos, tenemos que tener muy claro qué valores nos servirán de medida, de guía, de ideal y esto, sin duda, cambia según la disciplina de la que se trate y del nivel.
Además, dichas guías o medidas se deben decidir antes de comenzar el curso, pues me parece que las clases deben ir enfocadas a lograr que los alumnos cumplan con los parámetros. Yo, por ejemplo, que enseño filosofía, evalúo la capacidad de argumentar, de explicar las ideas de los filósofos que leemos en clase. Evalúo la claridad y el rigor, que son fundamentales para la filosofía. Un profesor de anatomía evaluará otras cosas, también uno de piragüismo. Y, claro, al evaluar a los alumnos, nos evaluamos a nosotros mismos.
Evaluar, insisto, debería ser una actividad constante en la vida de los hombres. Así, pues, cada tanto deberíamos detenernos a valorar el camino, la vida que llevamos. Los escritores, por ejemplo, al escribir una novela o un libro de poesía, nos paramos frente a ella y valoramos lo que en un principio nos interesaba plasmar, puede estar ahí o no, es un proceso difícil donde muchas veces se tambalea la seguridad en nosotros mismos, nuestra capacidad de narrar, nuestra imaginación, si somos o no convincentes.
Las parejas tendrían que revisar su relación amorosa, la rutina, los sentimientos del corazón, si todavía late como lo hacía.
Y, por supuesto, los ciudadanos deberíamos evaluar a nuestros servidores públicos, en eso los mexicanos estamos muy mal encaminados, pues quienes ostentan los cargos se sienten libres de toda culpa y los de a pie no pedimos que nos rindan cuentas, y si alguno lo intenta sólo recibe desdén y arrogancia: vivimos en una democracia que no se evalúa a sí misma, en una falsa o escueta democracia.
Doy un ejemplo: la semana anterior varios columnistas denunciaron que la Presidencia de la Comisión de Cultura de la ALDF está en manos de la diputada Edith Ruiz Mendicuti, quien en una entrevista afirmó que no lee novelas y que preside dicha comisión porque es la que “me tocó”.
Además de esto, la diputada contrató como coordinadora a una persona que lleva su apellido materno, se llama Silvia Mendicuti Ortiz. Una de sus iniciativas de ley propone clasificar la música que se escucha en el país para que los adolescentes no puedan escuchar heavy metal, entre otras malas influencias, como el emo o el rock punk.
Le escribí a la diputada vía Twitter diciéndole que me indignaba que ella ocupara la Presidencia de la comisión y que por favor nos aclarara si Silvia Mendicuti era su pariente. También le dije que escribiría sobre el tema. Transcribo dos respuestas de la diputada:
@munozoliveira con gusto platicaremos para que no sea solo la linea que te dictan, sino ambas caras de la moneda, estamos en contacto
@munozoliveira usted se indigna de todo y le duele todo! con razón escribe tan buenas novelas. Gracias por todo el tiempo dedicado un abrazo
Señalo todo esto para mostrar lo que antes decía: algunos servidores públicos, ante una petición razonable, se sienten acorralados y comienzan a insultar (a mí no me dan línea) y a tratarnos con soberbia (usted se indigna de todo). No están acostumbrados a ser evaluados, ¿se imaginan ustedes a un alumno contestándole así a su profesor? Por supuesto que no, en la vida académica la evaluación va implícita. Y también tendría que ir así en la vida política.
Los mexicanos no contamos con instrumentos para evaluar a quienes nos representan. Es necesario construir instituciones ciudadanas que cumplan tal función, sólo entonces podremos saber quiénes sí representan nuestros intereses y quiénes no, eso es lo que deberíamos valorar en el servicio público. Y para terminar, por supuesto, también debemos evaluar a los profesores; no hacerlo es un disparate.
Necesitamos desarrollar una cultura de la evaluación para saber dónde estamos parados y corregir, de ser necesario, el rumbo.

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