7.6.11

El café

Hace años, quizá unos 3, me compré un molino de café. Dos fueron las motivaciones: el café recién molido sabe mejor y, muy ligado al sabor, huele más intensamente. Así pues, todas las mañanas saco los granos, los muelo y después vacío el polvo en el filtro de la cafetera mientras disfruto de su olor. Coloco la manija de la cafetera, ya con filtro y café, vierto el agua necesaria y espero unos minutos mi espresso. Entonces ya puedo sentarme a leer, a escribir y a pensar. El café es mi botón de encendido. Soy adicto, no cabe duda, sin café todo es más trabajoso, vivo más distraído y me pesan enormemente las 6 horas de sueño.

Hubo un tiempo en el que dejé de tomar café, me daba taquicardia, me dejaba intranquilo, con los nervios de punta. Y es que abusaba de él. Aprendí a no tomarlo de tarde, quizá un cortado después de la comida si bebí y debo trabajar, pero de lo contrario me impuse la disciplina de sólo tomar café de mañana. Luego es hora del té o de las infusiones: algo tienen las bebidas calientes —no lo he investigado— que me ayudan a concentrarme. Para mí escribir va acompañado de taza humeante como para otros de cenicero, también humeante.

Y pese a que me encanta el café nunca me reúno con amigos alrededor de una mesa llena de tacitas, prefiero siempre un bar. El café es amigo de mi intimidad, de mis ideas y de mis palabras escritas, el alcohol es otra cosa, la droga de las charlas, de las risas y la distracción. Nunca podré escribir tomado, ni lo intento, eso me quedó de la adolescencia y las tristes cartas que escribí tras unas cubas: borracho hasta la lista del super me queda así, cursi e incoherente. 

4 comentarios:

  1. Si algún día te vuelves alcohólico Hallmark te recibirá con brazos abiertos

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  2. Yo debería de aprender a dejar de tomar café de tarde...

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