6.5.11

Epicuro


Hoy es el turno de Epicuro, filósofo que nació en Samos en el año 340 antes de nuestra era. Será el último filósofo griego del que hablaremos en esta serie de artículos sobre ética.
Dentro de la filosofía moral epicúrea, la teoría de los placeres y su relación con el temor a la muerte son fundamentales y es que, como veremos, para Epicuro la vida feliz es una vida llena de placeres en la que no cabe el miedo a la muerte.
Ahora, claro, existen distintos tipos de placeres y esto es importante para no confundir, como hicieron muchos durante siglos, la filosofía de Epicuro con un hedonismo meramente corporal —dicha confusión le valió que lo tildaran de cerdo que se regocijaba en el lodo—.
Para Epicuro los seres humanos, como el resto de los animales, buscamos el placer y evitamos el dolor por naturaleza, de esa manera estamos constituidos. Sin embargo, esto no quiere decir que no podamos refrenarnos después de hacer un cálculo hedonista, ya volveremos a esto.
Existen dos tipos de placeres, los cinéticos y los estáticos. Los primeros resultan de la estimulación activa del cuerpo y de la mente, proceso por medio del cual acallamos algún dolor, en ese sentido satisfacen un deseo. Un buen ejemplo de uno es el del agua que sacia la sed. Este tipo de placeres son fugaces.
Los placeres estáticos son la ausencia de dolor y por ello de deseos —si no hay dolor, no deseamos ponerle fin—. Un par de ejemplos de este tipo de placeres son la ataraxia o imperturbabilidad del alma, estado en el que no hay preocupaciones ni temores, y la aponía, que es la ausencia de dolores físicos, salud y bienestar corporal. Por supuesto que la vida feliz es una vida de aponía y ataraxia. Los placeres estáticos permanecen una vez que los alcanzamos —si me deja de dar miedo la muerte, el placer de no temerle será continuo—.
Exploremos la idea de “deseo”. Un deseo es un reclamo físico o mental que requiere ser satisfecho para evitar el dolor que trae consigo si no es silenciado. Como vemos, para Epicuro los deseos son una irrupción molesta que nos moviliza en pos de evitar el dolor. Esto, sin embargo, no quiere decir que debamos acudir prestos a realizar las querencias de nuestros deseos; en realidad, hemos de aprender a distinguirlos para decidir cuáles debemos satisfacer y cuáles ignorar. Cito a Epicuro en su clasificación: “debemos considerar que algunos deseos son naturales, otros vanos; y, de los naturales, unos son necesarios en tanto que otros son sólo naturales. De los necesarios, unos son necesarios para la felicidad, otros para el bienestar del cuerpo y otros para la vida misma”.
De todos estos deseos enfoquémonos primero en los vanos, por ser los que más nos alejan de la felicidad. Estos deseos son en realidad sólo una confusión originada en opiniones equivocadas. De este modo, aunque aparentan lo contrario, su insatisfacción no traerá consigo forzosa y naturalmente dolor. Pensemos por ejemplo en el deseo de fama o de inmortalidad, que sólo nos generan molestias: únicamente el que desea la fama sufre por no alcanzarla, quien no la desea y no la alcanza no sufre, ahí reside la vacuidad de esta forma de desear. Estos deseos, por supuesto, son los que debemos aprender a descartar, la ataraxia es imposible si deseamos lo vacío. En este sentido, el temor a la muerte es un impedimento para ser feliz. Epicuro insiste en que la muerte no es nada para nosotros y que debemos dejar de desear la inmortalidad para poder llevar una vida de imperturbabilidad.
Los deseos naturales, por el otro lado, son aquellos que si no satisfacemos sí traerán consigo dolor. Por supuesto, satisfacer algunos de ellos es necesario para la vida —otra vez pensemos en el deseo de comer, de beber, de abrigarnos—. Lo interesante es que otros deseos naturales son necesarios no para sobrevivir, sino para ser felices. ¿Cuáles son estos? En general, el deseo de ataraxia, pues al satisfacer el llamado por la imperturbabilidad del espíritu, al lograr deshacernos de los temores y los deseos vacíos seremos felices.
En la vida muchas veces debemos escoger entre qué deseos satisfacer primero, es entonces cuando resulta importante el cálculo hedonista del que hablábamos, tenemos que poner en la balanza los distintos placeres que resultarán de realizar los deseos y deliberar cuáles nos acercarán más a la aponía y a la ataraxia, ésos son los que pesan más y debemos escuchar.
Como vemos, la filosofía moral de Epicuro es completamente práctica e individual: lo bueno es aquello que nos hace felices y que, si lo analizamos detenidamente, no reside en placeres fugaces, sino más bien en no dejarnos perturbar por lo que está fuera de nuestro alcance.

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