6.5.11

Diógenes el Perro


Volvemos a la filosofía moral, hoy hablaremos de los cínicos y en especial de su exponente más importante: Diógenes de Sínope, también conocido como El Perro.
La teoría de El Perro era una forma de vida, un movimiento filosófico que se basaba en los actos. Esto se puede apreciar claramente en la famosa frase de Antístenes, padre del movimiento y maestro de Diógenes: “la excelencia es asunto de actos, no de discursos ni de aprendizaje”.
Los cínicos basaban su práctica en lo contingente y despreciaban la teoría, así pues, es común encontrar entre las anécdotas que se cuentan sobre Diógenes de Sínope discusiones ficticias con, por ejemplo, Platón, el metafísico por antonomasia. Diógenes Laercio, el famoso historiador, que no tiene nada que ver con El Perro, nos cuenta en su Vidas, opiniones y sentencias de los filósofos más ilustres, que en alguna ocasión en la que Platón exponía su teoría de las ideas usando sustantivos como “mesidad” y “tacidad”, Diógenes de Sínope lo increpó: “Platón, veo la mesa y la taza, pero de ninguna forma tu ‘mesidad’ y tu ‘tacidad’”. En otra ocasión, narra Diógenes Laercio, gracias a que Platón definía al Hombre, siguiendo a Sócrates, como un bípedo sin plumas, Diógenes desplumó un gallo y lo llevó a la Academia platónica. Al soltarlo exclamó: “aquí está el Hombre según Platón”.
Pero volvamos a la idea de que los cínicos actuaban según las circunstancias. A partir de ahí podemos extraer las características fundamentales de su práctica que, como señala R. Bracht Branham, eran: inventar, improvisar y hacerlo con humor, todo esto para alcanzar la parrhesia o libertad de expresión, que consideraban “lo mejor de lo mejor en el mundo”. Así pues, los cínicos decían lo que querían decir, eran francos como perros: le movían la cola a los amigos y le ladraban y mordían a los enemigos. Sobran ejemplos de la adaptabilidad humorística a las circunstancias que tenía Diógenes, el que sigue es famoso: entre las ideas que pregonaban los cínicos vivir en la pobreza era una de las más importantes, así, por ejemplo, El Perro vivía en un barril y además apenas poseía algunas cosas que cabían perfectamente en la bolsa de tela que llevaba a todas partes al hombro. Tanto en verano como en invierno se cubría con su capa que también le servía de sábana. Todo esto por la askesis o disciplina que seguían. En fin, la historia cuenta que un día Diógenes vio a un niño tomando agua con sus manos y entonces dijo “este niño me ha enseñado que aún cargo cosas superfluas” y rompió contra el piso el cuenco que cargaba en su bolsa. En otra ocasión, díganme si esto no es humorístico, cuando corrió el rumor de que Filipo marchaba hacia Corinto y los corintios se ocuparon en prepararse para la batalla ya fuera alistando las armas, reparando la muralla, y en otros tantos preparativos bélicos, Diógenes salió de su barril y comenzó a empujarlo de aquí para allá. Cuando alguien le preguntó para qué hacía eso El Perro le contesto: no quiero que piensen que soy el único holgazán entre tantas personas ocupadas.
En otra ocasión una persona lo condujo a una maravillosa residencia y le dijo que ahí no se podía escupir, entonces Diógenes, tras limpiarse la garganta, le escupió en la cara y le dijo: “no pude encontrar un lugar más inmundo que tu cara”.
Desde el punto de vista de los cínicos, para alcanzar la añorada libertad de expresión era necesario ir en contra de las convenciones, de los ritos y de las tradiciones, así pues, su fin fundamental era “inutilizar la moneda corriente”. Esto merece una explicación. Un buen día, cuenta una anécdota que también recoge Diógenes Laercio, Diógenes El Perro fue al oráculo y éste le dijo precisamente que tenía que “inutilizar la moneda corriente”. Dado que su padre era tesorero de la polis, Diógenes aprovechó su condición y destruyó las monedas de la ciudad, razón por la cuál fue mandado al exilio. A partir de entonces los cínicos utilizaron la metáfora para enfatizar que la libertad de expresión que buscaban no podía hallarse sino en la transgresión de las normas, los ritos y las convenciones establecidas que, sin duda, pensaban ellos, cuartaban la libertad. Así por ejemplo, Diógenes se masturbaba en público y cuando se le preguntaba por qué lo hacía contestaba: “ojalá pudiera quitarme el hambre sobándome la panza”. También le gustaba loar a quienes estaban a punto de casarse y no lo hacían, a aquellos que estaban a punto de entrar a la política y no lo hacían a quienes estaban por viajar y se quedaban. Además, Diógenes rechazaba el trabajo para evitar las reglas de la sociedad.
Los cínicos fueron los únicos filósofos de la antigüedad, según R. Bracht Branham que se preocuparon por la libertad. Son memorables por poner en duda constantemente los valores de su sociedad, es el camino para transformarnos o afianzarnos en nuestras ideas, ponerlas en duda.

En Campus

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Archivo