7.4.11

La barbarie


Es momento de hacer una pausa en el camino. Hoy no comentaré alguna teoría de filosofía moral, como he venido haciendo cada dos semanas en Campus desde hace algunos meses. Y la pausa se debe a que la ética no puede quedarse impasible ante la realidad, no podemos vivir en un mundo trascendental sin voltear a ver la calle —si podemos, Montaigne, por ejemplo, lo hizo por diez años: no debemos—. Y la calle de nuestro país hoy está llena de dolor. Y no es un dolor como el de Chile o el de Japón, producto de una desgracia natural frente a la que poco podemos hacer, es producto de la maldad humana.
Mucho se ha discutido en filosofía si los hombres somos buenos por naturaleza o malos o ni una ni otra. Yo me inclino por creer la última de las opciones, no nacemos ni buenos ni malos, nos construimos a lo largo de la vida y en ese camino también desarrollamos lo que podemos llamar “sentimientos morales”: la vergüenza frente a un acto equivocado, la simpatía por los otros, la compasión frente al dolor de los demás, etcétera.
Quizá, como afirma Adam Smith en La teoría de los sentimientos morales, todo hombre, incluido el peor rufián, tiene estos sentimientos, de lo que se trata es de desarrollarlos. La maldad, por supuesto, la podemos definir como la falta o la presencia mínima de estos modos de sentir.
Así, un hombre malvado es un hombre que no siente dolor frente al de los demás, es un ser con el corazón tan poco desarrollado en términos morales, tan cínico en la peor de las acepciones, tan egoísta en sus actos, que puede matar a otro que es inocente, que está amarrado, que no tiene defensa, que pide la oportunidad de seguir vivo. Es ese bárbaro, las calles mexicanas están inundadas de barbarie, que le cercena la cabeza, ya no digamos a un enemigo, a un joven que nunca ha empuñado un arma.
Cuando este texto se publique ya habrán marchado miles de personas por las calles del país gritando que no aguantamos más tanta violencia, que no la merecemos, que tenemos miedo, que queremos vivir en una sociedad que nos permita salir a beber tranquilos al bar de la esquina, salir a jugar cascarita en los parques, en una sociedad que nos permita mirarnos a los ojos con confianza, ayudarnos en las tareas diarias que construyen una mejor convivencia.
Pero claro que marchar no basta, no me cabe duda de que la indignación es fundamental, pero no basta. Creo que las preguntas que debemos contestar son: ¿cómo derrotamos la barbarie? ¿Cómo desarrollamos los sentimientos morales?
Hay varios derroteros que tenemos que andar. El primero, me parece, es terminar con la complicidad. No podemos seguir callados frente a los asesinos y tampoco frente a los corruptos, cada madre y cada hermano que solapa a un sicario y cada esposa y cada hijo que solapa a un corrupto —político, empresario, jefe de sindicato— es miembro de la barbarie.
Quienes consumen droga en este país no pueden seguir pensando que no son parte del problema; claro que no son los culpables de la guerra, pero sus pesos alimentan la barbarie. Podemos discutir si las drogas han de ser legales, pero hasta entonces no vendría mal recatarse y pensar en la situación en la que se encuentra la sociedad.
Y si queremos marchar, creo que también tendríamos que hacerlo frente a la embajada estadunidense y en los puentes internacionales con la consigna “que no pase una sola arma más”. Unas cuantas armerías se hacen ricas con nuestra sangre y nuestro dolor, eso es inaceptable.
Termino diciendo lo siguiente: también es importante sentarnos a hablar, debatir y dar ideas de cómo terminar con la barbarie, el silencio nos ha traído hasta aquí. También el egoísmo y la indiferencia. El futuro es nuestro si hacemos algo por él.
Por cierto, no cabe duda de que la educación es un camino clave, pero es largo y estamos en tiempo de urgencias. No se trata de dejar de educar, es cosa de seguir haciéndolo a la vez que buscamos el fin, a corto plazo, de la barbarie.
La próxima ocasión volveremos a la filosofía moral, hablaremos de Diógenes el Perro (me equivoqué hace dos semanas cuando dije que terminaba ya de hablar sobre los griegos).

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