Como lo anuncié, a partir de hoy y durante los próximos meses escribiré varios artículos sobre los filósofos morales que más interesantes me parecen. Comenzaré por Sócrates, a quien podemos considerar el primero de estos filósofos.
Sócrates nació —así lo estima A.E. Taylor— en el año 470 a.C. en la ciudad de Atenas, corría el siglo de oro de Pericles, tiempos que fueron, hasta la guerra del Peloponeso, de esplendor en las artes, la historia, la dramaturgia y la medicina. También se fortalecieron las leyes, crecieron la influencia económica de Atenas y su poderío militar.
Pese al hervidero cultural, desgraciadamente los hombres de esa época no solían escribir libros, dramaturgia sí, pero no literatura en prosa, por lo que no tenemos hoy ningún texto escrito por el filósofo. Así, para hablar de Sócrates, tenemos siempre que remitirnos a quienes escribieron sobre él, especialmente Platón, pero también a Aristófanes y a Jenofonte. Ahora, claro, lo anterior nos supone un problema: ¿qué tanto de lo que dicen estos autores sobre Sócrates podemos atribuírselo a su pensamiento? La cuestión no es sencilla y a lo largo de los años se la ha conocido, especialmente en relación con Platón, como el problema socrático. Y claro, no tenemos una respuesta definitiva, hoy día aún se debaten las distintas propuestas para solucionar el asunto. Sin embargo, podemos decir que hay ciertos consensos entre los especialistas y de ahí partiremos.
Platón rescató —sin haber estado presente, pero se asume que por la cercanía con los que sí estuvieron pudo allegarse buena información— los últimos momentos de la vida de Sócrates antes de morir a manos del veneno que el tribunal ateniense lo condenó a beber por, según concluyeron, corromper a los jóvenes de la ciudad. La acusación era una infamia y Sócrates se defendió contra ella, pero aún así fue condenado y el filósofo, pese a que tuvo oportunidad de escapar de su encierro gracias a que sus discípulos corrompieron a los celadores, decidió cumplir la pena impuesta.
Así nos lo cuenta Taylor (en el Fondo de Cultura Económica se publicó El pensamiento de Sócrates, una bella obra): “la fuga lo pondría en contradicción con los principios profesados durante toda una vida... si Sócrates quebrantara la prisión, sería un crimen contra el Estado y contra sus leyes, un acto de traición contra el espíritu de ciudadanía”. Así que decidió tomarse la cicuta.
Pero volvamos un poco en el tiempo, pues, según nos cuenta Platón, en la vida de Sócrates podemos encontrar un punto de quiebre que lo transformó profundamente: uno de sus amigos le preguntó al oráculo de Delfos si había sobre la Tierra hombre más sabio que Sócrates, a lo que el oráculo contestó que no. Al escuchar esto, Sócrates intentó mostrar que Apolo era un mentiroso y se dedicó a buscar entre políticos y poetas a un hombre más sabio que él, pero fracasó. Entonces fue cuando por fin halló el significado de lo que el oráculo quería decir y cito a Taylor: “la humanidad ignoraba lo único que importa en verdad saber: cómo conducir rectamente la vida... Sócrates es la única excepción; si él tampoco posee este conocimiento supremamente importante, conoce por lo menos su importancia, y conoce su propia ignorancia”. De esta ignorancia viene su famoso y lleno de sentido, “yo sólo sé que no sé nada”.
Como vemos, en algún punto de su vida Sócrates descubrió su misión, enseñar a los hombres cómo cuidar su alma. Taylor nos dice que es Sócrates el inventor de la idea de “alma” como la conocemos, eso que está dentro de cada ser humano “en virtud de lo cual”, escribe Taylor, “se nos dice sabios o necios, buenos o malos”.
Cuidar el alma, para Sócrates, no quiere decir, por ejemplo, practicar la abstención. Es desarrollar el intelecto, conocer, tener noción de lo que está bien y lo que está mal para desde ahí conducir nuestros actos. Así, pues, para Sócrates la virtud es igual al conocimiento y el vicio igual a la ignorancia. Así, a fin de cuentas, quien se conduce mal no lo hace voluntariamente, lo hace porque ignora lo que en realidad está bien hacer y se deja llevar por un juicio equivocado de lo que está bien.
Para Sócrates, como para los griegos de aquella época, no había distinción entre ética privada y la política. Así pues, igual que las personas debían conocer lo que está bien y mal, el Estado y su vida pública debía también basarse en una escala adecuada del bien. Con esta idea Sócrates no podría jamás haberse fugado, su lealtad a sus ideas lo llevó a la muerte, pero también a marcar el nacimiento de la filosofía moral, una ética íntimamente ligada con una forma de vida, la búsqueda incesante de lo que está bien hacer y hacerlo.
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