12.2.11

Filosofía en la universidad

Para los que estudiamos filosofía es común oír que ésta es la madre de todas las ciencias; no quiero discutir esto aquí, sólo lo digo para sustentar lo que sigue: es difícil imaginarse una universidad sin filosofía.

Al final de cuentas, si revisamos la historia de las primeras universidades, veremos que nacieron en Europa en la alta Edad Media, y que por entonces los estudios primordiales eran de teología. La teología, sin duda, está íntimamente ligada a la filosofía, quizá fue Platón quien acuñó el término en su República para referirse al discurso sobre lo divino y su alumno Aristóteles utilizó el término para denotar lo que después sería la metafísica.

Claro que en la Edad Media la teología era considerada superior a la filosofía y esta última resultaba ser sólo un instrumento de la primera. No quiero refutar esta idea, la nombro para defender que la filosofía vio nacer las universidades y no lo contrario. Por eso en un primer momento resulta extraño preguntarse si la filosofía debe ser parte de la universidad.

Ahora, si bien en un inicio era la norma, las cosas han cambiado, pongamos por ejemplo el caso mexicano; son muy pocas las universidades que enseñan filosofía, las cuento con los dedos de mis manos. Sin embargo, no quiero hablarles de historia ni del estado de cosas en las universidades mexicanas. Hablaremos de la filosofía en la universidad.

Para comenzar con el tema, déjenme citar a Arthur Schopenhauer, quien precisamente tiene un libro llamadoSobre la filosofía en la universidad. El libro comienza hablando de las ventajas de que se enseñe filosofía en las universidades, veamos: “que la filosofía se enseñe en las universidades —dice Schopenhauer—, sin duda, es provechoso para ella por varias razones. Adquiere así una existencia pública, y su estandarte se enarbola ante los ojos de los hombres, recordándose y haciéndose patente con ello su presencia una vez más. Pero lo que se gana, sobre todo, es que algún joven de mente despejada se familiarice con ella y despierte a su estudio”. Dicho esto, Schopenhauer comienza a enlistar sus razones de por qué las universidades perjudican a la filosofía, el libro entero es una retahíla de acusaciones, cito algunas para que se den una idea del tono y de los motivos.

Primero nos habla de este joven de mente despejada: “tiene que admitirse que quien está capacitado para ella, y por lo mismo necesitado de ella, aprendería también por otros caminos a tomar contacto con la filosofía y a conocerla (…) a una persona tal, todo libro de un auténtico filósofo que caiga en sus manos le estimulará de forma más poderosa y eficaz que cualquier lección de un catedrático de filosofía”.  Más adelante señala: “me he ido haciendo poco a poco de la opinión de que las citadas ventajas de la filosofía académica quedan superadas por el perjuicio que la filosofía como profesión causa a la filosofía como libre investigación de la verdad, por el daño que la filosofía por encargo del poder político depara a la filosofía por encargo de la naturaleza y la humanidad”.

Y déjenme citar dos ejemplos más. Dice Schopenhauer: “para el que piensa por sí mismo esta tarea le estorba casi más que cualquier otra. Pues la cátedra de filosofía es en cierto modo un confesionario público, donde uno hace su profesión de fe en presencia del pueblo (... pero) en orden a llegar a ser de verdad sabio, casi no hay nada que sea más contraproducente que la obligación perpetua de parecer sabio”. 

Y por último la siguiente mención: “el que esté interesado por tanto en la búsqueda seria y sin contemplaciones de la verdad, que se dirija a cualquier parte menos a las universidades”.

Este texto de Schopenhauer se lo di a leer a mis alumnos de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, un par quedaron convencidos de que debían dejar la escuela y buscar su propio camino filosófico. Yo intenté convencerlos de lo contrario, pero en mi fuero interno tuve que aceptar que Schopenhauer da en su libro algunos argumentos interesantes y que llevan razón. Por ejemplo, nadie puede poner en duda que leer un buen libro de filosofía es estimulante, seguramente más que cualquier cátedra. Es cierto también que se puede ser un filósofo autodidacta y que pretender parecer sabio es terrible para la persona y para la filosofía. Déjenme detenerme en esto. Al menos desde Sócrates, una de las virtudes de los filósofos es la humildad intelectual, saber que no se sabe, y es que mientras más se conoce algo, más sale a la luz todo lo que se desconoce del asunto; en cambio, mientras menos se conoce del tema, también más se ignora lo que no se sabe. Por eso los ignorantes son soberbios, al no saber lo que ignoran creen que lo saben todo, vaya paradoja.

Las críticas de Schopenhauer son a veces demasiado apasionadas, detestaba a Hegel y esa es una de las razones por las que se lanza con tanto ahínco contra la filosofía académica. Sin embargo, creo que sí logra poner en tela de juicio lo que parecía obvio: que la filosofía debe enseñarse en la universidad.

Sucede sin embargo que Schopenhauer tiene una idea de filosofo demasiado exigente, afirma que es raro que en un momento de la historia haya más de un filósofo, lo cito: “así que los señores, puesto que efectivamente viven de la filosofía, se llaman a sí mismos filósofos, dando con ello muestras de un colosal atrevimiento. Llegan a convencerse de que este término les pertenece, así como la decisión en cuestiones filosóficas. ¡Hasta el punto de que convocan congresos de filósofos! (Una contradictio in adjecto, porque casi nunca los filósofos existen al mismo tiempo en número de dos, y nunca en número mayor de dos.)”

Así, pues, para Schopenhauer sólo los filósofos de la estatura de Kant, de Hume y de Aristóteles lo son, el resto simplemente somos unos vividores de la filosofía. Y claro, si sólo esas grandes luminarias merecen el apelativo de filósofos, puede parecer que la filosofía en la universidad no tiene mucho sentido. Pero lo tiene, aun suponiendo que sólo los grandes genios merecen llamarse filósofos, la filosofía tiene un espacio fundamental en la universidad. José Gaos lo pone así en un breve texto que publicó en septiembre de 1951 llamado “La filosofía en la universidad”, la cita es un poco larga pero muy esclarecedora: “a la pérdida de la fe en la ciencia, es decir, en la ciencia de la naturaleza, habría sucedido una nueva fe, en la ciencia del hombre, en las humanidades”. Y más adelante señala: “¿y si la filosofía fuese una forma arcaica de la cultura humana, sólo restaurable por la vía de la reacción? Aun así, quizá el conocimiento de la filosofía no perdiera todo valor, ni siquiera un valor educativo fundamental. El conocimiento de las discrepancias de los filósofos, en las que (…) se revela con transparencia superlativa la multiforme pluralidad de las culturas y hasta de los individuos con su singularidad irreductible, absoluta, que hace la riqueza, espléndido espectáculo, de la realidad —el conocimiento de las discrepancias de los filósofos, y por instrumento de él, de la multiforme pluralidad de lo humano o del espectáculo de la realidad, bien pudiera ser el método por excelencia de la formación de espíritus que, en vez de reaccionar ante lo que advierten disidente de ellos mismos con ciega acometida de animal fiero, sean capaces de complacerse en el paisaje de las infinitas singularidades”.

Hay en la cita de Gaos dos aspectos sobre los que quiero reflexionar. El primero se refiere a la pérdida de fe en las ciencias naturales y el resurgimiento de las humanidades. En realidad más que pérdida de fe en la ciencia, lo que sucedió a mitad del siglo XX es que perdió sentido el sueño de la modernidad que pretendía encontrar una sola Teoría, con mayúscula, que lo explicara todo. Mientras duró este proyecto —digamos desde la publicación de las meditaciones metafísicas de Descartes, en 1630, hasta el segundo Wittgenstein— la ciencia desdeñó todo aquello que no tuviera certeza y que no fuera preciso como las matemáticas. Así pues, se llegó al extremo de decir que los enunciados de la Ética no eran diferentes de una orden, que no tenían otro significado ni valor. Ese mismo proyecto moderno confió en que la sociedad y la economía podían funcionar de manera tan regular y predecible como el Sistema Solar. Pero, claro, todo se desmoronó con las grandes guerras, con los campos de concentración, con la bomba atómica. Desde entonces los científicos naturales se volvieron en general, aún quedan algunos despistados, más modestos, lo que le devolvió a la filosofía y a las humanidades su lugar.

Dicho esto, déjenme abordar el segundo aspecto sobre lo dicho por Gaos, dice que  incluso si consideráramos que la filosofía es sólo un conjunto de discusiones arcaicas, una disciplina humana fuera de su tiempo, como la alquimia, tendría sentido enseñarla en las universidades, porque, entre otras cosas, las distintas posturas de los grandes filósofos nos hablan de la humanidad, de sus vastos y diversos caminos. La historia de la filosofía, en este sentido, es una bella muestra de las muchas posibilidades humanas.  Enseñar filosofía no puede ser sino educar para la tolerancia. Pero, además, y esto es inobjetable, la filosofía también es una forma de estructurar el pensamiento y de argumentar: Aristóteles, Kant, Hume y Hannah Arendt, todos ellos postularon sus distintas ideas en una forma conmensurable e inteligible, bien pueden no estar de acuerdo, pero se dan razones bien fundamentadas y cuando discuten, evitan las falacias. Y si bien podríamos aceptar —siguiendo en esto a Schopenhauer— que la filosofía en la universidad puede no ser el mejor vehículo para educar grandes filósofos de la altura de Wittgenstein o Bertrand Russell y en este sentido quizá tampoco es la mejor forma de educar físicos como Einstein ni biólogos como Darwin. Pese a esto, no me cabe la menor duda de que la filosofía en la universidad sí es un buen vehículo para educar mejores ciudadanos.

Bertrand Russell tiene un libro llamado La educación y el orden social. Ahí, en su primer capítulo, discute si la educación debe preocuparse por formar individuos o ciudadanos: “el mejor ejercicio de la voluntad puede hacer del hombre un dictador. La voluntad del individuo considerada aisladamente podría parecerse a una voluntad divina que dice: ‘hágase esto’. La actitud del ciudadano es muy diferente. El ciudadano es consciente de que su voluntad no es la única del mundo y, de un modo u otro, se preocupa de conseguir una armonía entre voluntades en conflicto que existen dentro de la comunidad. El individuo como tal es autosuficiente, mientras que el ciudadano está limitado por sus vecinos. Con excepción de Robinson Crusoe, todos somos ciudadanos, y la educación no puede olvidar este hecho”.

Más adelante, Russell nos dice que, sin embargo, educando sólo ciudadanos no tendríamos grandes luminarias: Goethe fue un gran individuo, pero James Watt, el ingeniero escocés que mejoró la máquina de vapor de Thomas Newcomen, fue un ciudadano más útil. Por supuesto, Russell prefiere a Goethe.

En fin, nos enfrentamos al dilema de si educamos individuos o ciudadanos. Yo creo que la segunda opción no evita de ninguna manera la irrupción de grandes seres humanos. Así, pues, volvamos a la idea de Gaos, la filosofía es en sí misma una gran formadora de mejores espíritus, pues tiene que lograr dos cosas fundamentales: mostrar la diversidad de las posibilidades humanas y enseñar a dar argumentos bien fundamentados, sin falacias ni trucos retóricos que vacíen el discurso. La enseñanza de la filosofía tenía que a hacer tolerantes y razonables a los estudiantes. Lo que no es poca cosa, pensemos que si estamos metidos en este sendero de violencia, y no sólo en el país, se debe a una profunda intolerancia, parece que los hombres no podemos aprender nada de la historia y así, generación tras generación, volvemos a transitar los mismos caminos de la violencia, de la terquedad, de la falta de respeto por los demás en una frustrante y dolorosa circularidad. Y basta escuchar los debates, las malas razones que se dan a gritos unos a otros, cuando logran llegar a darse razones, para ver la urgencia de la filosofía.

La tolerancia ha recorrido ya un largo camino, podemos decir que nació en el siglo XVI cuando, después de la Reforma de Lutero, Europa se vio sumida en una guerra fratricida entre cristianos. Recordemos la epístola de la tolerancia de John Locke o el tratado sobre la tolerancia de Voltaire como dos textos básicos en defensa de la tolerancia religiosa. La tolerancia es una virtud  y son los filósofos los que le han ido dando espacio y forma. Esto, claro, no quiere decir que dentro de la filosofía no haya intolerancia, basta que recordemos la virulencia de Schopenhauer que cité o el desdén de los positivistas lógicos por la Ética que también mencioné. Sin embargo, la filosofía en sí misma, como ya se decía, es una clara muestra de diversidad, aunque claro, no es la única; también la música, la literatura y la historia, por mencionar otros tres casos, reflejan la diversidad de los discursos y las razones humanas. 

Para respaldar lo que digo, permítaseme hacer una reflexión desde un ejemplo personal. Doy clases en el primer semestre de la carrera de Filosofía, en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, que suele bullir, llena de jóvenes. Los primeros días de clases es difícil caminar por sus pasillos y los salones de primer semestre siempre están a reventar de alumnos de primer ingreso, de los que repiten curso, de oyentes y curiosos. Al avanzar el semestre, poco a poco los pasillos se despejan y las sillas en el aula comienzan a alcanzar para los perseverantes. Los profesores, desde el principio y porque lo vivimos año con año, tenemos conciencia de que pocos de nuestros alumnos terminarán todas sus materias y que menos aun obtendrán el grado. De los afortunados licenciados, uno que otro se dedicará a la investigación y a la docencia. El resto, desde los titulados hasta los que fueron abandonando las clases poco a poco, pulula por la vida y por nuestra sociedad haciendo cualquier otra cosa, desde administrar restaurantes, hacer cine o escribir poesía, hasta manejar camiones.
Sin embargo, me gusta pensar, y en algunos casos lo he constatado, que la filosofía no los dejó intocados. Son personas que se detienen a deliberar sus acciones, que intentan dar razones y que son más tolerantes que el resto. Y esto, señor Schopenhauer, queridos amigos, no es baladí. Al contrario, nada es más importante para una sociedad que sus ciudadanos estén motivados a preguntarse qué está bien y qué está mal. Quizá se equivoquen en sus decisiones, la filosofía no hace santos ni adivinos, pero la preocupación en sí misma es significativa.

Para concluir, déjenme abordar uno de los argumentos más comunes para atacar a la filosofía: ¡no sirve para nada! Y no hay trabajo para los licenciados en filosofía. Comenzaré por el segundo punto: hoy en día no hay trabajo para casi ningún joven y también hay una gran cantidad de abogados, médicos, comunicadores y arquitectos desempleados. Claro, la filosofía no sirve para nada, no nos protege del frío ni nos lleva a la Luna, pero eso es pedirle que sea lo que no es; la filosofía inventa y reinventa a los hombres y por ello su relación con el mundo natural y con los otros.

Quien estudia filosofía en la universidad difícilmente llegará a ser como Kant y difícilmente ganará más dinero que médico o que un abogado reconocido, pero tendrá más elementos para entender que los demás no sean como él, que piensan distinto, que quieren otra cosa. Y ésta es la base de la tolerancia y de la sociedad justa. Además, no me cabe duda, los filósofos construimos algunos de los sueños más sólidos de la humanidad: libertad, justicia, solidaridad, tolerancia, amistad, felicidad. Bien haríamos en difundirlos más ampliamente.

1 comentario:

  1. Es verdad, hemos escuchado que la filosofia no sirve para nada y que en cuestion de ganancias monetarias... ni se diga...
    pero definitivamente lo que nos ofrece dificilmente otra carrera nos lo dará, una satisfaccion que seguramente otra carrera no nos otrogará...
    Cuando iba a la prepa quería estudiar filosofia, pero primero tengo que terminar derecho:D
    Pronto estaré por alla.

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