14.2.11

Juguetes

La infancia es el país del que irremediablemente y con violencia nos destierran los años. Al mirarlo desde el exilio, apenas encontramos un espacio brumoso que se compone de memoria, invención y unos cuantos vestigios empolvados. Hay arcones o cuartos o casas enteros que guardan –como guarda la selva las pirámides– libros, discos, fotografías y juguetes. Son vestigios arqueológicos a partir de los que contamos nuestra historia en ese espacio del que nos echaron, piezas entrañables de nuestro pasado que no nos atrevemos a oler, como olemos a los seres queridos, porque el polvo siempre es desagradable.

Mis juguetes están todos desvencijados, no sé si porque jugué mucho con ellos o porque nunca me importó, como a gente que conozco, su posteridad, quizá por ello se hallan arrumbados en algún cajón. Y porque me traen recuerdos.

A veces, cuando paso la tarde en la casa donde crecí, y donde todavía vive mi madre, merodeo por los espacios que ocupé, abro baúles, armarios, husmeo en la covacha, en los álbumes familiares y siempre me encuentro con algún juguete que, como si fuera una droga, me trae a la conciencia visiones ocultas hace mucho tiempo, borrosas, inciertas, breves y que suelen ser dolorosas. La infancia me enternece, en el sentido de que me requiebra, porque cuando pienso en ella no soporto la fragilidad y la inocencia, me aterra tanta indefensión –no porque ahora me sienta protegido, hablo de la debilidad de sentirse indestructible–. Y sin embargo, en lugar de tirar los objetos del pasado los guardo en arcones. Aún son depositarios de recuerdos y así, de tanto en tanto, vuelvo a ellos a dolerme de ternura : tengo un barco pirata con los mástiles caídos y sin mascarón de proa que aún así sobrevivió una cruenta batalla con mi vecino “el Neto”. Me gusta como tomar cerveza o darme baños de tina.

Pero sé que puede llegar el día en que me deshaga de ellos. Cuando dejen de ser depositarios de mis entrañas sólo me causarán tristeza : las evocaciones, como los olores, se evaporan. Y entonces, a la vista de todos, incluida la propia, el objeto queda desnudo. Pienso por ejemplo en mi abuelo, sus cosas del pasado se han quedado mudas, ya no hay baúl, ni armario ni covacha que guarde recuerdo alguno, quizá haya objetos valiosos –en su caso lo dudo– pero sólo eso, el valor del oro y no el de la infancia en los soldaditos de plomo.

No puedo terminar sin volver a la tristeza que producen los objetos desnudos ¿no les entristece una fotografía familiar, antigua o no, de venta en una librería de viejo ? A mí sí : alguien se desprende de todos los libros de un muerto y ni siquiera le importa revisar qué hay entre sus páginas : dinero, fotos, cartas. “No, a la mierda, que se venda todo por kilo”. Y los libreros separan lo que sirve de lo que no y se encuentran objetos que ya no dicen nada para vendérselos a coleccionistas de cosas que alguna vez le significaron algo a un desconocido. Estas personas son como cazadores de vacío o como cangrejos ermitaños que ocupan conchas abandonadas por otros bichos.

Pero no quiero despotricar, despotricar contra lo irremediable me recuerda a los seres humanos que más detesto. Sólo me entristece, quizá por eso sea bueno contar historias y regalar objetos familiares, si mi abuelo me hubiera regalado algún reloj cuando todavía le evocaban algo, la historia la cargaría yo y así el objeto mantendría su significado unos años más y seguiría siendo receptáculo de remembranzas. Pero al final siempre termino argumentando que darle significado a los objetos es sólo una forma de aferrarnos a la vida, a la memoria, a lo que somos. Y nunca ganaremos esa batalla, la historia humana de siempre. Así, por más que lo intentemos, por más que contemos historias y regalemos objetos que las contienen, irremediablemente terminarán abandonados en un lote baldío, como cuando los dejábamos arrumbados para salir a jugar futbol, sólo que en esta ocasión no regresaremos. En fin, por un tiempo los juguetes son un triste monumento a la tierra de la que nos echaron a patadas, luego serán la concha de un cangrejo ermitaño.

1 comentario:

  1. Atrévete a despotricar a llorar y a BERREAR lo irremediable, ¿qué es eso que ya no se puede remediar? saca la esencia, qué es lo que más puedes recordar, los juguetes eran el rincón , eran el refugio, ¿eran la compañía sustituta de unos padres siempre ocupados en sus prioridades -¿estabas entre ellas?- se le cayera el mundo a quien se le cayera?, ¿en la guardería te amarraban? ¿te estrenó tu sirvienta o la secre de tu jefe? exprime la memoria quiero ver sangre pero no la de Mary, la tuya, quiero que odies y no te conformes con detestar, ODIAR es lo necesario, porque, esos a quienes aborreces ¿no tendrán esa parte que de tí mismo tanto desagrada? ¿no será que, tal vez, te desagraden poruqe hacen lo que tú no te atreves?

    Despotricar... suena bien, ahora que lo pienso creo que es lo que le faltó a este texto. ¿Espero la continuación? me agrada el tema, besos :)

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