3.1.11

Nadie puede estar satisfecho

COMO ya les contaba en el texto anterior, acabo de publicar una novela, asunto que esta vez me llevó a la Feria Internacional del Libro (FIL) de Guadalajara a hacer “promoción” o, para ser más descriptivo, una larga serie de entrevistas con distintos medios de la Perla de Occidente. Pese a que el trabajo fue constante y no pude acudir a ninguna presentación de las cuales me hubiera gustado escuchar, salvo unos minutos a la de Ricardo Piglia, lo que sí pude hacer fue merodear por los pasillos de la inmensa feria y constatar la gran multitud que acude —según los organizadores, este año fueron 612 mil 474 personas y se compraron libros por un valor de entre 33 y 35 millones de dólares— y la impresionante cantidad de libros de todo tipo que allí se ofrecían, más de 375 mil títulos.

Ante tal escenario uno podría sentirse esperanzado: la gente acude a la FIL, compra libros —si dividimos las ventas entre las personas que acuden a la feria parece que cada visitante se gasta 57 dólares— y los lee. Pero no sucede así. La gente acude, algunos compran —las grandes cifras no vienen de los de a pie— y pocos leen.

Leer no sólo es una forma de entretenimiento —en eso seguro el cine, la televisión y los videojuegos ganan—, es una forma de hacernos humanos, por eso no tengo duda de que si queremos una mejor sociedad, necesitamos más lectores y, por ello, entre otros asuntos, debemos preguntarnos ¿cómo hacemos para que el que pasea por los pasillos de las ferias de libro se vuelva lector? Y ya más en general, ¿cómo convencemos a las personas para que lean?

Creo que debemos atacar varios problemas: para empezar, el precio de los libros es prohibitivo y es bueno hacer la siguiente comparación para demostrarlo: si un libro cuesta 200 pesos, unos 15 dólares, ¿cuántas horas debe trabajar un mexicano y cuántas un estadunidense para comprarlo si los dos ganan el salario mínimo? El salario mínimo en Estados Unidos es de siete dólares la hora. Así, un trabajador necesita poco más de dos horas de trabajo para comprarse un libro. En nuestro país el salario mínimo es de 57 pesos por día, unos siete pesos la hora, por lo que aquí un trabajador necesita 28 horas para comprarse el mismo libro. La diferencia es notable.

Ahora, claro, las personas no tendrían por qué comprar libros si pudieran acudir a una biblioteca, lo que nos lleva al segundo problema: Tenemos pocas bibliotecas y poco actualizadas. Por ejemplo, mis alumnos de licenciatura se ven obligados a comprar y el resto, a fotocopiar muchos de los libros que les pido: simplemente no están en las bibliotecas. Pero éste es un problema de actualización, no de falta de libros para leer; perfectamente en la Facultad de Filosofía y Letras pueden leer grandes obras sin darse abasto, no terminarían con lo que ahí se guarda ni leyendo todos los minutos de su vida. El problema, sin embargo, está en las personas que simplemente no tienen acceso a una biblioteca, ¿cómo queremos que lean si no pueden comprar libros ni sacarlos a préstamo? Difícil.

Pero el asunto es peor todavía, sostengo que si los libros estuvieran tan a la mano como el Canal de las Estrellas, la gente no leería mucho más, porque la poca lectura, aun cuando solucionáramos el problema del acceso a los libros, viene de un problema más profundo: hay quienes acuden a la escuela y al terminar la educación básica pueden balbucir “farmacia”o “salida”, pero no aprenden a comprender un enunciado medianamente complejo y, díganme , ¿quién que no entiende lo que lee puede hallar placer en la lectura?

Desgraciadamente, la falta de capacidad para entender lo que se lee no viene sola, es uno más de los síntomas de la desgracia que vivimos: nuestras escuelas no enseñan. No enseñan ni a leer, ni a ser mejores personas, ni a comer de forma saludable, ni a hacer ejercicio.

Así pues, es obvio por qué motivo los mexicanos no leemos, por qué nuestra democracia es tan pobre, por qué somos obesos y siempre nos va mal en las Olimpiadas. Se debe a que llevamos años mandando a los niños y a los jóvenes a malas escuelas, regodeándonos en la idea complaciente de que al menos van a la escuela.

No señores, no basta; urge que hagamos un alto para replantear el camino de la educación pública en nuestro país, ¿o es que estamos satisfechos con la miseria humana que nos rodea: niños sicarios, niños obesos, niños atarantados de tanto videojuego, niños que pasean en las ferias de libro y no leen? No, nadie puede estar satisfecho.

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