26.11.10

Filosofía y educación (tercera parte)

DECÍA en el artículo anterior que la virtud, según los sofistas, puede ser enseñada. Protágoras le da el siguiente ejemplo de esto a Sócrates en el diálogo de Platón que lleva su nombre: “pues si quieres tener en mente, Sócrates, qué quiere significar castigar a los que cometen injusticia, esto te enseñará que los hombres creen que la virtud puede ser procurada, pues nadie castiga a los que cometieron injusticia poniendo su atención en eso y a causa de eso, a saber, que cometieron injusticia, a no ser que como animal se venga de irracional manera; empero, quien intenta castigar con sentido, no se venga por una injusticia pasada —pues lo hecho no se puede anular—, sino que lo hace en virtud del futuro, para que no vuelva a cometer injusticia ni ese mismo, ni otro, al ver a ése castigado; y con esa comprensión tiene en mente que la virtud es enseñable, pues castiga precisamente por la intimidación. Así pues, esa opinión la tienen todos los que se vengan de manera privada y pública. Y se vengan y castigan a los demás hombres en caso de que se piense que han cometido injusticia, y no menos los atenienses, tus conciudadanos; así que, según ese razonamiento, también los atenienses están entre aquellos que creen que la virtud se puede procurar y enseñar”.

Claro que la virtud de ser justo, por ejemplo, se puede enseñar. De hecho, para Protágoras, quien no participa de la justicia no puede ser llamado humano. Por eso la educación es fundamental, transforma al hombre en un ser social, déjenme citar a Barrio Gutiérrez: “la educación es (…) para el sofista un proceso de sociabilización, un proceso en el que el hombre individual, que en estado natural es la medida de todas las cosas, sea transformado en un hombre social, a través del cual la sociedad es la que mide todo lo real (...) La educación para Protágoras es un devenir a lo largo del cual las valoraciones individualistas e individuales del hombre son sustituidas por las valoraciones de la sociedad (...) Protágoras podría suscribir (...) que la educación es el paso del yo al nosotros”.

En este sentido, en la tarea educativa no se debe intentar cambiar superficialmente las opiniones dejando sin transformación el espíritu. Se trata más bien de modificar la naturaleza del hombre, logrando con la educación una profunda metanoia, de la misma forma en que un médico transforma el cuerpo enfermo en uno sano con sus medicinas.

Así pues, la educación ha de buscar la metanoia, que es cambiar el entendimiento de las personas radicalmente, para que los seres humanos dejen de ser antisociales y participen de la justicia, la ley y la polis, es decir, de la humanidad.

Decíamos que las leyes ayudan a desarrollar la virtud en los ciudadanos. También los ciudadanos virtuosos participan de esta educación y cambio. Para mostrar el papel de estos ciudadanos en la educación de los invirtuosos, Protágoras nos da este ejemplo: si una ciudad no pudiera existir a menos de que todos fuéramos flautistas, en la medida en que cada uno pudiera, y si cada uno enseñara eso a cada uno privada y públicamente, y reprochara al que no tocara bien, y no se lo retuviera envidiosamente, como ahora nadie retiene envidiosamente lo justo y lo legal, ni lo esconde como se hace con otras artes —pues creo que la justicia y la virtud de los otros nos es útil mutuamente; por ello cada uno refiere y enseña a cada uno de buen talante lo justo y lo legal—, si del mismo modo tuviéramos que enseñarnos mutuamente a tocar la flauta con todo ánimo y sin envidia, ¿creerías acaso, Sócrates, que los buenos flautistas más bien son hijos de buenos flautistas o de malos? Creo que no, sino que el hijo (que) resultara tener la mejor disposición para la flauta, ése aumentaría en renombre; pero el que carece de disposición se quedaría sin fama; y frecuentemente podría descender un flautista malo de uno bueno, y otras muchas veces uno bueno de uno malo; pero al menos todos serían flautistas aceptables en comparación con los ignorantes que no saben nada de la flauta”.

En fin, las leyes y los ciudadanos virtuosos educan a los injustos en pos de una sociedad mejor.
Decía al principio de esta conferencia que no podemos dar nada por sentado y que si bien el mundo hoy es más justo que hace unos siglos —en general, se reconoce el derecho igual de todos, por decir algo— y si bien hay una voz humana cada vez más fuerte que pugna por realizar los derechos formales de las personas, para que cada quien pueda andar los caminos de la libertad y el bienestar, la humanidad se resquebraja fácilmente, la violencia, vaya que lo hemos atestiguado últimamente, siempre está al doblar la esquina y con ella regresan la injusticia y el dolor, piensen por ejemplo en cómo la Europa de Montaigne terminó sumida en la guerra de Los Treinta Años, o cómo la de Stefan Zweig, terminó también enfrentada en dos guerras mundiales.

La intolerancia está siempre latente en nuestros corazones, basta un descuido, aflojar el ánimo, para que reviente. Y digo todo esto porque como bien creía Protágoras y otros muchos filósofos que no he citado aquí, la educación es la única forma en la cual el hombre puede aprender a ser virtuoso, a cuidar la concordia, a solidarizarse con sus conciudadanos, a disfrutar el bienestar y gozar su capacidad de inventarse.  En el primer artículo dije que podemos idearnos a la imagen de nuestros proyectos, también podemos desdibujarnos: nuestra libertad, en ese sentido, es como la piedra de la que hablábamos que podía ser misil o escultura, nosotros podemos ser felices o despedazarnos. La filosofía nos sugiere el primer camino, que es el de la polis y la justicia y nos ofrece como instrumento la educación. También podemos desbaratarlo todo.

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