8.11.10

Filosofía y educación (segunda parte)

En el artículo anterior dijimos que el ser de los hombres, a diferencia del de las piedras y el de los animales, se construye, es un proceso. Hablé también de la idea de humanidad y dije que, según Werner Jaeger, fueron los griegos quienes descubrieron el concepto. Para que esto sucediera, terminé diciendo, la filosofía jugó un papel fundamental.

Los primeros griegos —los anteriores a la filosofía— formularon una mitología maravillosa y apasionada, pero tenían un ideal de hombre demasiado física, piensen en Herácles, que para Roma fue Hércules, matando al León de Nemea o a la Hidra. Las cosas, como veremos, cambiaron con el arribo de la filosofía, pues Tales, Anaximandro y Anaxímenes, todos ellos de Mileto, al tratar de encontrar la physis o el sustrato de todo lo que hay, se alejaron de la cosmogonía previa.

Para ver esto, nos es útil Jenófanes, poeta y filósofo nacido en Colofón en el siglo VI aC, quien, inspirado por la escuela de Mileto, escribió: “la ciudad colma a los vencedores en las luchas, de honores y presentes y, sin embargo, ninguno de ellos es tan digno como yo, pues mejor que la fuerza de los hombres y de los caballos es nuestra sabiduría. No porque una ciudad cuente entre sus ciudadanos un luchador prominente o un vencedor en el pentathlon o en la palestra, se halla por ello en el orden justo. Y por mucha que sea su alegría por la victoria, no por ello llenará sus graneros”.

Así, pues, nos dice Werner Jaeger, “en nombre de la polis proclama ahora Jenófanes su nueva forma de areté(o excelencia); la educación espiritual (sofía). Ésta se levanta sobre todos los ideales anteriores y los supera o los subordina. Es la fuerza del espíritu, que crea en el Estado el derecho y la ley, el orden justo y el bienestar... Con este estadio alcanza su término la evolución del concepto de la areté: valor, prudencia y justicia; y, finalmente, sabiduría”.

Educamos desde entonces, o deberíamos hacerlo, con una idea clara de humanidad. Humanismo y educación son indisolubles. El primero, como dije, establece unos ideales y la segunda dirige el espíritu de los hombres hacia éstos, transformándolos.

Jaeger nos dice que fue en el siglo V antes de nuestra era cuando los sofistas, esos filósofos tan desdeñados por la historia, comenzaron a educar a sus alumnos a partir de la nueva idea del hombre que surgió en Grecia a partir del fortalecimiento de la democracia en la polis. Así lo pone el mismo Jaeger: el Estado del siglo V es el punto de partida histórico necesario del gran movimiento educador que da el sello a este siglo y al siguiente y en el cual tiene su origen la idea occidental de la cultura. Como lo vieron los griegos, es íntegramente político-pedagógica. La idea de la educación nació de las necesidades más profundas de la vida del Estado y consistía en la conveniencia de utilizar la fuerza formadora del saber, la nueva fuerza espiritual del tiempo, y ponerla al servicio de aquella tarea”.

Y a esto, para completar el cuadro, Jaeger añade: “constituyen los sofistas un fenómeno central. Son los creadores de la conciencia cultural en que el espíritu griego alcanzó su telos y la íntima seguridad de su propia forma y orientación... En un tiempo en que se disolvían todas las formas tradicionales de la existencia, tomaron conciencia, y se la dieron a su pueblo, de que la educación humana era la gran tarea histórica que les había sido asignada”.

Uno de estos filósofos sofistas, quizá el más importante, fue Protágoras, quien nació en Abdera entre el año 486 y el 485 antes de nuestra era. La idea que reúne bien su pensamiento es donde propugna el homo mensura: “el hombre es la medida de todas las cosas, de las que son, en cuanto que son, y de las que no son, en cuanto que no son”.

Esta frase se puede interpretar al menos de tres formas: una donde el hombre individual es la medida de todas las cosas, otra donde el hombre es entendido sociológicamente, como un ser que vive en sociedad, el hombre como homo socialis, como polis. Y, finalmente, una manera de darle sentido a la frase sería entendiendo “hombre” como la especie humana. Esta última opción es descartada en general por los especialistas, pues si Protágoras quiso decir que la naturaleza humana es la medida de todas las cosas, entonces tendríamos que afirmar, nos dice por ejemplo José Barrio Gutiérrez, que el filósofo de Abdera fue “precursor de Kant o de los empiristas modernos, y nada hay en las doctrinas del sofista que autorice tal interpretación”.

La primera interpretación y la segunda pueden convivir perfectamente; por un lado, el individuo es la medida de todas las cosas subjetivas del tipo “me gusta el chocolate” o “me duele la muela” y, por el otro lado, la polis es la medida de lo “justo” y de lo “bueno”. Así lo expresó el propio Protágoras: “sobre lo justo y lo injusto, lo santo y lo no santo, estoy dispuesto a sostener con toda firmeza que, por naturaleza, no hay nada que lo sea esencialmente, sino que es el parecer de la colectividad el que se hace verdadero cuando se formula y durante todo el tiempo que dura ese parecer”.

Como vemos, para Protágoras la verdad es convencional y cada polis determinará, según su conveniencia, lo que es justo y lo que no (no discutiré en este artículo las implicaciones de la convencionalidad de la verdad y tampoco la noción de que cada polis define lo que es justo. Sólo menciono que no defiendo el relativismo cultural, creo que hay derechos universales e inviolables como el derecho a la vida o a la integridad del cuerpo y por eso, por más que respeto las diferencias culturales, jamás estaré dispuesto a aceptar como justas la ablación del clítoris y otras prácticas similares).

Dice Barrio Gutiérrez que para Protágoras “el hombre en estado no social es un lobo para el hombre (en esto se adelanta a Hobbes). (Así, dada esta naturaleza), el mayor criminal dentro de un grupo social es un santo comparado con el hombre en estado de naturaleza”.

Lo anterior nos resulta importante porque para el sofista la polis y sus leyes juegan un papel definitivo en la educación de las personas, en la transformación de su ser, así lo señala Werner Jaeger: “Protágoras compara a la ley con la enseñanza elemental de la escritura. Donde el niño debe aprender a no escribir fuera de las líneas. La ley es también una línea de escritura bella inventada por los antiguos legisladores preeminentes”.

Protágoras, a diferencia de Platón, está convencido de que se puede enseñar la virtud. Y a eso se dedica, es maestro de virtud, sobre todo de virtud ciudadana, que es el fundamento de la polis, no hay sociedad que pueda subsistir sin ciudadanos virtuosos, por ello sugiere Protágoras que quien no participe de tal virtud, debe ser educado. Y de esto hablaremos la próxima vez, de enseñar la virtud.

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