26.10.10

Filosofía y educación (primera parte)

Las piedras, los pinos, los venados, como el resto de las cosas y los animales, tienen su ser realizado, son lo que son y no pueden transformarse en otra cosa. Y que conste que no estoy diciendo que la materia es inerte ni que las manzanas no se pudren. Lo que digo es que un venado jamás se convertirá en poeta ni en perro y que tampoco una piedra se volverá ni sicario ni árbol ni por sí escultura, muro o misil de una honda. Son lo que son y por su voluntad (no tienen voluntad) no pueden ser otra cosa. Tampoco sueñan.

Los hombres, en cambio, somos una entidad cuyo ser consiste no en lo que es, sino en lo que aún no es. Somos aspiraciones, sueños, proyectos, planes. Esto supone, por supuesto, que el ser no es inmóvil, sino más bien, como decía Heráclito, un devenir que se transforma, un río que es y no es el mismo.

El filósofo español José Ortega y Gasset argumenta que los seres humanos habitamos nuestros cuerpos y almas para crear una ficción. En este sentido, somos personajes de nuestra propia novela. Y si bien estamos determinados por las necesidades del cuerpo, podemos hacer de nuestra vida casi cualquier cosa. Es decir, nos inventamos a lo largo de nuestros días, podemos ser borrachos, físicos, astronautas, pedagogos, piratas, diputados, bailarines a go-go. Claro que esta capacidad de idearnos tiene límite, no nos vuelve inmortales: seamos poetas o sicarios, tomamos agua, dormimos y, después de algunas noches, expiramos. Tampoco podemos convertirnos en perros, bueno, sólo metafóricamente.

En fin, hombres y mujeres, uno a uno, tenemos distintas ideas de realización, que son nuestros sueños y propósitos. Pero, además, debemos reconocer que también formamos parte de la humanidad. Este, el de “humanidad”, es un concepto que se puede entender de muchas maneras, pero me parece que en general podemos decir que la humanidad es el gran proyecto donde todos podemos realizar los propios. La humanidad, por supuesto, se conforma de una serie de ideales como la justicia, la libertad, la solidaridad, la tolerancia, la amistad. Y, por ello, mientras más fuerte es la humanidad, más posibilidades tenemos todos de inventarnos, libres, sí, pero dentro de los límites de lo humano.

Ahora, nunca debemos dar por sentado lo que tenemos. Bien nos sugiere Stefan Zweig que la humanidad siempre está amenazada por la irracionalidad y por la violencia. Y si la humanidad se desvanece, pocos proyectos quedan al alcance del hombre común, porque la injusticia y la ignorancia volverían a ser la norma.

Analicemos más a fondo esta noción. En su Paideia, Werner Jaeger señala que fueron los griegos quienes descubrieron la humanidad, y lo cito para que se entienda en qué sentido lo dice: “su descubrimiento del hombre no es el descubrimiento del yo objetivo, sino la conciencia paulatina de las leyes generales que determinan la esencia humana. El principio espiritual de los griegos no es el individualismo, sino el ‘humanismo’, para usar la palabra en su sentido clásico y originario. Humanismo viene de humanitas (que en su...) sentido más noble y riguroso (…) significó la educación del hombre de acuerdo con la verdadera forma humana, con su auténtico ser”.

Para ahondar en la idea de humanismo, podemos citar ahora las palabras con las que Zweig termina su maravillosa biografía de Erasmo de Rotterdam, el humanista por antonomasia: “sólo lo que señala a un espíritu común a todos los seres humanos por encima del propio espacio vital dará fuerza a la fuerza del individuo. Los hombres y los pueblos sólo presienten su verdadera y sagrada magnitud midiéndose con retos que parecen irrealizables y van más allá de lo personal”.

Así, pues, queda claro que el proyecto humanista necesita una idea de hombre que conforme el ideal de los individuos. Este ideal humano se compondrá de varios elementos, uno de ellos, ya lo decíamos, es la capacidad de construirse a la medida de los sueños y las aspiraciones: somos libres. Otro elemento es el conocimiento del mundo de la naturaleza y del de los hombres, pues nos ayuda a mejorar la vida y a hacerla menos miserable y más equitativa. No quiero imaginarme una sociedad de ignorantes, creo que se parecería más a una jauría. Pero volvamos a la idea del hombre que esbozamos y que nació en Grecia, ya lo decíamos, y la filosofía jugó un papel fundamental. Ya veremos esto en las siguientes partes de este artículo.

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