10.5.10

Obesidad cívica


En cuestiones humanas no deberíamos dar nada por sentado: la democracia, los acuerdos, la salud, el amor, la amistad, todas son cosas que no terminan de construirse. 


En este sentido, podemos decir que los proyectos no se están quietos y siempre se pelean contra una fuerza que, como la gravedad, lo tira todo. Para mantenerse, las cosas humanas necesitan de una voluntad tenaz, requieren de una lucha constante por ser y, aun así, se difuminan en el mundo de la desidia y la dejadez. La obesidad, mezcla de negligencias, es un buen ejemplo —terrible en sus consecuencias— del abandono del que hablo. Y es que si bien es cierto que existen factores genéticos que predisponen a las personas a ser obesas, los estudios sobre dicha enfermedad señalan que el factor ambiental es sin duda el responsable más importante de la mayoría de los casos. La educación, el entorno urbano, el nivel socioeconómico, el estado civil, la actividad física, el consumo de calorías, están todos relacionados con la obesidad. Déjenme citar algunos ejemplos. Un estudio realizado en el pueblo malagueño de Pizarra1 encontró datos apabullantes con respecto a la relación entre educación y obesidad. Entre el grupo de aquellos que no tenían estudios el 48% era obeso; de los que terminaron la primaria el 23.2% lo era; entre los que se graduaron de la preparatoria el 14.3% padecía obesidad, mientras que entre los que cursaron una carrera el porcentaje de personas obesas era únicamente de 7.8%. No podemos decir que los datos que obtuvo el estudio en Pizarra sean representativos de otras realidades, como la mexicana, pero estudio tras estudio cada vez es más clara la relación entre obesidad y falta de educación.

gordo
tro caso interesante es el resultado de un estudio realizado en la ciudad de Nueva York que asegura que dependiendo de qué tan “caminable” sea un barrio y de qué tantos establecimientos de comida sana tenga, es posible predecir los niveles de obesidad de sus habitantes. Mientras menos “caminable” sea el barrio y menor acceso tengan los habitantes a establecimientos de comida sana, mayor será el índice de obesidad. Resulta, además, que donde se combinan estos factores —mala calidad de los alimentos disponibles y poca “caminabilidad”— hay mayor pobreza. Basta ver el mapa de densidad de restaurantes sanos para entender esto: en Manhattan, barrio rico, abundan, mientras que en partes del pobre Bronx simplemente no hay. 


A estos dos estudios quiero sumar la idea de que la obesidad también es producto de decisiones personales, el sedentarismo y el exceso en el consumo de comida que aporta energía —calorías—, es decir, una pérdida del equilibro entre el gasto y el consumo de energía, también es un factor fundamental para explicar la obesidad. 

Espero que estos ejemplos sirvan como base para sostener que la obesidad es una mezcla de negligencias. Por un lado, un descuido personal; por el otro, abandono social, marginación. Bien podríamos evitar la epidemia de obesidad que padece México, donde uno de cada cuatro habitantes es obeso, si el Estado se preocupara por educar a las personas para que aprendan a hacer ejercicio y a comer bien y si los ciudadanos, a partir de la conciencia que la educación posibilita, se preocuparan por su bienestar físico. Pero la dejadez echa abajo cualquier proyecto. 

Hablo de obesidad porque quiero proponer un concepto, el de “obesidad cívica”, producto de la dejadez ciudadana. Para hablar de ella quiero regresar a la idea del proyecto y, para empezar, distinguir —como hace el filosofo estadunidense Ronald Dworkin— entre dos modelos de pensar lo bueno y lo justo. Siguiendo a Dworkin, por un lado tenemos el modelo natural que cree que estas ideas tienen existencia objetiva e independiente. Del otro lado está el modelo constructivista, que basa la posibilidad de estas nociones en la razón práctica, es decir, en el supuesto de que para que éstas se realicen es necesaria la construcción de normas que rijan la conducta buena o justa de los ciudadanos. 

Esta distinción es importante porque quiero hablar de la civilidad desde la perspectiva del contrato social —modelo constructivista—, es decir, la civilidad como vía para transitar en el proceso de construcción de normas justas y como elemento fundamental de la convivencia entre ciudadanos. El filósofo español José Rubio Carracedo se detiene en estas distintas formas de ser civilizado y nos dice que actuar civilizadamente no sólo es tener buenos modales y trato correcto —a esto le llama “lubricante” de la maquinaria social— sino que es, a sabiendas de que la sociedad es plural y que los intereses de los ciudadanos son distintos, resolver los conflictos entre ideales, apegándose a la noción construida de justicia y hacerlo además de manera tolerante. En este sentido, la civilidad es fundamental para mantener estable una sociedad justa y democrática pues “impulsa infatigablemente al cumplimiento de las cláusulas del contrato social en la dirección democrática”.3 La civilidad es la virtud del ciudadano que sabe que sólo puede realizar su idea de bien si trabaja en pos del bien público. Sin civilidad, nos dice Rubio Carracedo, sin esa capacidad de autocontrolarse, de tener apertura y flexibilidad para escuchar a los otros, sin cortesía, la deliberación democrática es imposible. Ser civilizado en este segundo sentido es entender que la competencia con los adversarios —no enemigos— por defender una idea frente a otra ha de llevarse a cabo “con lealtad y sin trampas de ningún tipo”.4

La civilidad, como cualquier virtud, ha de aprenderse. Ya Aristóteles señalaba que los seres humanos no nacemos virtuosos. Así también, podemos decir que la ciudadanía comienza profana, no en el sentido de que las personas no demuestran el respeto debido a las cosas sagradas, sino en el sentido de que carecen de conocimientos y autoridad en materia de democracia, justicia y libertad. 

Dije que en términos de obesidad los factores ambientales son mucho más importantes que los genéticos. Respecto a la obesidad cívica, no cabe duda que el factor genético no juega ningún papel, pero los factores ambientales sí: cómo no tener una epidemia de obesidad cívica con la televisión que tienen al alcance los ciudadanos, con la pobre educación pública que les ofrece el Estado, con la total falta de civilidad en el debate político de los gobernantes, con el egoísmo rampante y la abulia política. Otra vez estamos frente a una mezcla de negligencias: por un lado, el desinterés personal por lo público y, por el otro, el desprecio de los poderosos por la sociedad civil, que tiene como fuente la civilidad. 

Para Rousseau no comenzamos a ser humanos sino hasta después de ser ciudadanos. Pero no ciudadanos profanos de una democracia raquítica. Hombres conscientes de la importancia de actuar conforme a la civilidad no sólo para construir el bien público sino el propio, lo que implica ser un ciudadano responsable que actúa según los valores democráticos porque ve en ellos la única posibilidad de realizar la justicia y también sus metas. En fin, ser ciudadano también es un proyecto. La obesidad cívica es dejadez, egoísmo, ignorancia, deshumanización. Si no luchamos contra ella, condenaremos al fracaso la convivencia y seremos un país no solidario, pobre, enfermo, imposible. 


Luis Muñoz Oliveira. Profesor e investigador de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Escribe en diversos medios nacionales.


1 Soriger, F., Rojo-Martínez, I., et al., “Prevalence of Obesity in South-East Spain and Its Relations with Social and Health Factors”, European Journal of Epidemiology, vol. 19, 2004. 
2 Rundle, Andrew, Freeman, Lance, et al., “Neighborhood Food Environment and Walkability Predict Obesity in New York City”, Environmental Health Perspectives, vol. 117, núm. 3, marzo 2009. 
3 Rubio Carracedo, José: “Civilidad”, en Cerezo Galán, Pedro (ed.), Democracia y virtudes cívicas, Biblioteca nueva, Madrid, 2005, p. 171. 
4 Ibíd., p. 173.

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