26.3.10

Las virtudes (cuarta parte o la generosidad)

En los artículos anteriores definimos la virtud y dimos una lista breve de virtudes sobre las que, dijimos, hablaríamos más adelante. Así pues, en esta ocasión nos abocaremos a discutir la virtud de la generosidad.

Si siguiéramos las ideas que expresa Aristóteles en la Ética nicomáquea, diríamos que la generosidad es el adecuado manejo de los bienes propios con respecto a los demás, es decir, el generoso es aquel que encuentra el término medio entre la avaricia y el despilfarro. El que dé de lo suyo lo adecuado.

Para los utilitaristas —basándonos, por ejemplo, en el principio de utilidad de Jeremy Bentham—, la acción correcta es aquella que trae como consecuencia la mayor felicidad de todos los involucrados en la acción, así pues, y esto lo digo siguiendo a James Rachels, conducirse desde tal norma significa que “debemos ser generosos con nuestro dinero hasta que alcancemos el punto en el que dar más sería más dañino para nosotros que provechoso para los demás”. Sin embargo, esta exigencia parece demasiado estricta, no sólo porque el dinero es importante para realizar nuestros planes de vida, sino porque, además, ir repartiendo nuestros bienes de la manera adecuada, calculando siempre la utilidad, requiere, al fin de cuentas, mucho tiempo. Seguir el principio utilitarista no nos permitiría tener una vida común y corriente.

Es loable que existan personas que entregan todos sus recursos y tiempo a los demás. Sin embargo, entre lo que es loable y lo que debemos considerar un deber moral hay diferencias: admiramos a Gandhi, pero no pregonamos ni exigimos que todos actúen como él. Los cristianos siguen las enseñanzas de Jesús, pero no al pie de la letra, no es una exigencia, es un ideal. Así pues, parece claro que necesitamos, para que nos sea útil, una idea de generosidad que no sea tan exigente como para que vivamos en una sociedad de santos. En este sentido, Rachels sugiere que pensemos en una interpretación como ésta: “en cuanto a la generosidad con nuestros recursos, ésta debe alcanzar tal grado que sea congruente con la posibilidad de guiar nuestra vida cotidiana de una manera mínimamente satisfactoria”. Requerimos, entonces, una idea de generosidad que no nos obligue moralmente a desprendernos de todo nuestro tiempo y nuestro dinero pero que, al fin de cuentas, nos exija, siempre desde los principios morales, preocuparnos por la desigualdad y la pobreza y nos movilice a conducirnos de tal manera que no sea posible que en una sociedad convivan la suntuosidad y el hambre. Ningún generoso lo toleraría.

Hay un libro de G.A. Cohen que hoy sólo traigo a colación por su título: “¿si eres igualitarista, cómo es que eres tan rico?”. Y lo cito porque me parece que respecto de la generosidad también podemos preguntar: ¿si eres generoso cómo es que eres tan rico? 

Si todos los seres humanos pudieran cubrir sus necesidades básicas, la generosidad no sería una virtud más importante que la del que toca bien la flauta. Ahora, en un mundo tan desigual e injusto nadie debería poder llevar una vida suntuosa y tener la conciencia tranquila. 

En fin, no se trata de darlo todo por los otros, la generosidad se trata de no permitir, en el límite de nuestras posibilidades que mi vida suntuosa acompañe tu vida menesterosa.

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