22.2.10

Los cadáveres al estiercol


Cuando recuerdo que también me interesan cosas más allá de las tapas de un libro o las puertas de un bar suelo ir al cine o a alguna exposición. Hace poco, al salir de una exhibición que me aburrió profundamente, bajo un cielo plomizo, tuve una reminiscencia, díganme si no podría haber sido vivida por el propio Vasconcelos: en plena calle de Justo Sierra, parado frente al antiguo colegio de San Ildefonso, me vino a la mente un texto griego. Claro que, y hasta aquí la similitud, Vasconcelos hubiera pensado en los dedos púrpuras de la Odisea. Yo recordé un fragmento de Heráclito, quien no sólo habla pestes de Homero, “Homero es digno de ser expulsado de las competiciones y azotado”, sino que sostiene cosas como que los cadáveres deberían ser arrojados al estiércol.
Marco Aurelio, emperador y filósofo, dice que Heráclito, enfermo de hidropesía, se cubrió el cuerpo de estiércol para secarse el agua que traía dentro y así murió, cubierto de excremento. Con esto, Heráclito, además de demostrar que su remedio no sirve para la hidropesía, cumplió con su dicho. El asunto es que aquel día el fragmento me pareció llevar razón. Y aquí tengo que detenerme porque no sabemos bien a bien lo que quería decir Heráclito con su frase. Yo la interpreté sin hermenéutica alguna: menos ritos y pleitesía a los muertos, el mundo es de los que aún estamos aquí –y si no queremos ser egoístas, de los que estarán–, no de los que estuvieron. Bien dijo Thomas Jefferson, cada generación necesita una revolución. Así pues, me quejaba contra la idea de anclarnos en las glorias del pasado y no contra los ritos funerarios, que cada quien haga con sus muertos lo que quiera.
Le di vueltas a la idea de las personas que creen tenemos una constitución sagrada e inamovible, cuando los principios que justifican y ponen límite a nuestra conducta tendrían que ser un pacto constantemente renovado a la luz de los argumentos y de los cambios: el ser humano no es estático, y nuestra constitución se escribió, por decir algo, antes del existencialismo y del debate sobre la justicia rawlsiano, antes del PRI.
Los cadáveres al estiércol, repetí, y es que ante el México de los de a pie: corrupto, ignorante, pobre, obeso, resulta repugnante la idea de celebrar, ya no digamos un bicentenario, cualquier cosa. Más que festejar deberíamos reunirnos a hacer memoria y autocrítica y desde ahí, sin nacionalismos parcos y orgullos infundados, revisar los acuerdos y los proyectos de nuestra convivencia (sociedad, país, patria, díganle como quieran) que hace tiempo perdió el rumbo. Si no aspiramos sinceramente a la justicia, para qué seguimos juntos.
Por andar en mis cavilaciones no me di cuenta de la tormenta que se aproximaba y me sorprendió. Las aguas pueden más que las reminiscencias. Corrí por un paraguas, en la esquina un vendedor hacía su agosto.
Volví sobre mis pasos, dejé atrás el Templo Mayor, la Catedral Metropolitana y bajo la protección de mi paraguas chino miré cómo llovía sobre Tacuba, larga hasta el Eje Central y casi vacía de tanto que diluviaba. Cuando se abrieron las nubes y el sol de la tarde brilló en los charcos de la calle, sentí cierta derrota. Bajo la lluvia me preocupaba cubrirme, pero ante el sol todo resultó aciago. No hay bruma que oculte esta debacle, pensé, al paso que vamos Heráclito resultará buen profeta: cuando muramos los mexicanos, sólo al estiércol nos podrán arrojar.

2 comentarios:

  1. Que exhibicion era?...Para no ir.

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  2. En la antiguedad (como en la en la actualidad) l estiercol tiene mas valor(trascendental, no monetario) que el oro...pues fertiliza, y convierte un desierto en tierra fertil.
    Basado en lo anterior, para los Griegos (incluido Heraclito)talvez el poner los muertos en el estiercol es una perspectiva de resureccion, de usar lo que queda para producir algo mejor, nueva vida, como cuando abonas los jardines y huelen mal, pero en unas semanas nacen rosas que huelen bien.

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