26.2.10

Las virtudes (segunda parte)

En el texto anterior hablamos del papel que cierta música desempeña en la enseñanza de los jóvenes —según refiere Aristóteles en su Política— y vimos que esta relación se podía entender si definíamos la virtud como una forma de “gozar, amar y odiar de modo correcto”. Esto porque la música es capaz de hacernos sentir como cuando somos virtuosos. Dicho esto, podemos entender que para ser virtuoso el ser humano tenga que actuar con cierta disposición, no basta con hacer lo correcto.  Y es que el camino correcto nos lo puede señalar otro o podemos llegar a él por azar, lo que si bien resulta —por sus consecuencias— en una forma de actuar adecuada, obviamente no es virtuosa.

En este punto debemos hacer una pausa para explicar por qué es tan importante hacer las cosas según la virtud; no es por esnobismo, es porque, según Aristóteles, la felicidad es “una cierta actividad del alma de acuerdo con la virtud”.

Lo anterior tiene ventajas: si la felicidad es una forma de actuar y está al alcance de los seres humanos actuar de tal manera, entonces la felicidad está al alcance de los hombres, basta con que sepan actuar según la virtud. Para esto, como señalamos, es necesario que, al hacer las cosas, sepan lo que hacen, elijan hacerlo y lo lleven a cabo con firmeza.

Ahora, claro está, ser virtuoso no es cosa fácil, como tampoco hallar el centro de un círculo lo es para aquél que no sabe geometría. Para ser virtuosos los humanos debemos ser capaces de encontrar el término medio. ¿Por qué el término medio? Porque según Aristóteles toda ciencia o arte cumple bien con su función cuando mira el término medio y hacia éste dirige sus obras, “de ahí procede lo que suele decirse  de las obras excelentes, que no se les puede quitar ni añadir nada, porque tanto el exceso como el defecto destruyen la perfección, mientras que el término medio la conserva”. 

Sucede, sin embargo, que no podemos hablar de forma definitiva y completa sobre las acciones, sólo esquemáticamente, pues “investigamos no para saber qué es la virtud, sino para ser buenos”, porque nos hallamos frente a una investigación práctica y no teórica. Así, pues, “los que actúan”, insiste Aristóteles, “deben considerar siempre lo que es oportuno, como ocurre en el arte de la medicina y la navegación”. El término medio es relativo a cada persona y situación.

Pero si bien sólo podemos hablar generalmente de las acciones, también es posible dar consejos o reglas prácticos para hallar el término medio. Justo eso es lo que hace Aristóteles al final del Libro II de su Ética nicomáquea.

Ahí nos dice, como hemos venido señalando, que es muy difícil encontrar el término medio entre el exceso y el defecto, por lo que muchas veces es recomendable actuar del modo menos incorrecto. Para esto, primero tenemos que conocer nuestras inclinaciones, para lo que resulta suficiente considerar el placer y el dolor que ciertos actos nos causan —obviamente, estamos inclinados a realizar aquello que nos genera mucho placer y a evitar el dolor—.

Una vez que hayamos realizado este cálculo, Aristóteles sugiere que tiremos de nuestro ser y sus apetencias en el sentido contrario a nuestras inclinaciones, “pues apartándonos lejos del error llegaremos al término medio”. Así, nos indica,  “en toda ocasión hay que guardarse principalmente de lo agradable y del placer, porque no lo juzgamos con imparcialidad”. 

Indignarse es el término medio entre la envidia y la malignidad, es decir, el que se indigna, por ejemplo lo hace ante la prosperidad inmerecida; el envidioso, en cambio, se aflige de la prosperidad de todos; el malicioso, por el contrario, se alegra.

Digo esto porque, volviendo a las reglas prácticas para encontrar el término medio, Aristóteles nos dice que es difícil especificar cómo, con quiénes y por qué motivos debemos irritarnos, porque determinar mediante la razón los límites de y la medida en que los actos son censurables es muy difícil, pues el criterio reside en la percepción.

Entonces, si bien el conocimiento teórico no tiene ningún peso en cuestiones de virtud, la disposición de actuar conforme a ella sí la tiene, pues nace de realizar muchas veces actos justos y moderados. La virtud se practica y las leyes son fundamentales para mostrarnos el justo medio: al actuar conforme a leyes justas, los hombre se habitúan a ser virtuosos.

Así pues, “se dice bien”, señala Aristóteles, “que realizando acciones justas y moderadas se hace uno justo y moderado... sin hacerlas, nadie podría llegar a ser bueno”. Desgraciadamente, muchos hombres, en lugar de actuar de este modo y refugiándose en la teoría, “creen filosofar y poder, así, ser hombres virtuosos; se comportan como los enfermos que escuchan con atención a los médicos, pero no hacen nada de lo que les prescriben”.

No basta predicar y estudiar la austeridad para ser austero; no basta predicar y estudiar la honestidad para ser honesto. El fin de la política, como el de la ética, no es el conocimiento, sino la acción.
En el artículo anterior escribí “torno” en lugar de “trono” al citar el himno argentino. Una disculpa.


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