22.2.10

Las virtudes (primera parte)

En el libro VIII, con el que concluye abruptamente La política —desgraciadamente esta obra no llegó completa a nuestro tiempo—, Aristóteles habla de la educación de los jóvenes.

Comienza afirmando que nadie discutirá que los legisladores deben ocuparse de la educación de los jóvenes. Lo anterior porque, sin duda, su formación debe adecuarse al régimen de la polis, una será si se trata de una oligarquía, otra si es democracia.

La lección del estagirita —Aristóteles nació en Estagira— es clara: no podemos sostener un régimen sin enseñar sus valores: “el carácter democrático engendra la democracia, y el oligárquico la oligarquía”. Así pues, dado que es en interés de la sociedad educar ciudadanos que estimen y sepan actuar de acuerdo con su organización política, la legislación de cada polis debe regular la educación de sus ciudadanos y garantizar que sea la misma para todos y, así, el cuidado de la educación debe ser común y no privado.

Ahora, ¿qué se debe enseñar? Dice Aristóteles que suelen enseñarse cuatro cosas: la lectura y la escritura, la gimnasia, la música y el dibujo. Pero, ¿por qué? Es clara la importancia de la lectura y la escritura y por ello no es necesario explicarla; la gimnasia se enseña en pos de que los jóvenes sean saludables y fuertes; el dibujo, para poner a la mano de los jóvenes la capacidad de contemplar la belleza de los cuerpos. ¿Y la música? Porque cierto tipo de música, afirma Aristóteles, es fundamental para enseñar la virtud.

Para entender cómo la música es útil para aprender a ser virtuoso, primero tendremos que explicar qué entendemos por virtud, asunto fundamental para nuestros fines.

En su Ética nicomáquea, Aristóteles nos habla de dos tipos de virtudes, las dianoéticas o intelectuales y las éticas. Las virtudes intelectuales se originan en la enseñanza, mientras que las éticas en la costumbre. Ninguna virtud ética se produce por naturaleza, porque “ninguna cosa que existe por naturaleza se modifica por costumbre”, Así, por más que tiremos una piedra al aire, la piedra se moverá hacia abajo, no podremos acostumbrarla a moverse hacia arriba. Entonces, para ser virtuosos en términos éticos, debemos acostumbrarnos, desde jóvenes, a actuar de una u otra manera: los justos practican la justicia todos los días, así como los ciudadanos de una democracia aprecian la ley y la respetan de manera cotidiana y no excepcionalmente.

Para Aristóteles la virtud es el término medio entre los extremos —“en relación con el miedo y con la audacia, el valor es el término medio”, por ejemplo—, pero no un término medio general, sino relativo a cada persona. Así, la virtud es un modo de ser selectivo basado en la razón y la prudencia. Dicho esto, podemos entender mejor que Aristóteles también entienda la virtud de la siguiente manera: “la virtud consiste en gozar, amar y odiar de modo correcto, es evidente que nada debe aprenderse tanto y a nada debe habituarse tanto como a juzgar con rectitud y gozarse en las buenas disposiciones morales y en las acciones honrosas”: ser virtuoso es un placer.

Ahora, ¿y la música? La música, decíamos, es útil para ser virtuoso porque en ella se dan, mejor que en otras disciplinas, imitaciones de la verdadera naturaleza de las disposiciones morales, de este gozar, amar y odiar de modo correcto del que hablábamos. Y es que al escuchar ciertas melodías y ritmos, experimentamos un dolor y un gozo similares a los que sentimos frente a la moralidad, éstas son las que Aristóteles llama las melodías éticas, que debemos distinguir de las melodías de purificación y las catárticas.

Aristóteles recomienda como melodías éticas las que tienen como base el modo dorio —“So what”, de Miles Davis, y “Eleanor Rigby”, de los Beatles están en modo dorio o dórico—, que proyecta un estado de ánimo intermedio y recogido, a diferencia del frigio, por ejemplo, que inspira entusiasmo.

Sin importar el modo de la melodía, lo importante parece ser este aproximarse a la disposición moral, que me parece no sólo es posible mediante la música, sino también por medio del cine, la pintura, la fotografía, la literatura. ¿Nos queda alguna duda sobre la importancia de la educación artística?

A modo de apunte final

El himno mexicano, que todos los alumnos de educación básica cantan los lunes y que tanto llena de orgullo a futbolistas y diputados —por decir lo menos—, no parece adecuarse a los tiempos democráticos de la república. En lugar de hablar de guerra, debiese hablar de justicia, vean por ejemplo la primera estrofa del himno argentino: “oíd, mortales, el grito sagrado: ¡libertad, libertad, libertad!/ Oíd el ruido de rotas cadenas, ved en torno a la noble igualdad”. Quizá por ahí podríamos comenzar nuestra educación cívica.

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